sábado, 21 de julio de 2012

CULTURAS AMERICANAS: Teotihuacán, la Roma mesoamericana


 Maqueta de la ciudad de Teotihuacán, en el Museo de Sitio de este yacimiento arqueológico de México.
Foto: Carmen del Puerto.

Teotihuacán fue una de las grandes ciudades-estado mesoamericanas, civilización cenit del Período Clásico (100 a.e. – 750 d.e.), quizá la más majestuosa de todas, incluso los aztecas quisieron copiarla. Situada a unos 50 km de la actual capital de México, y con una extensión de unos 20 km, Teotihuacán fue digna de su nombre “donde los hombres se convierten en dioses”. La ciudad, que tuvo su apogeo en torno al año 400 d.e., fue abandonada y así se la encontraron los aztecas en el siglo XIII. La metáfora más repetida la identifica con la Roma imperial, aunque Teotihuacán fue mucho más extensa, situada en un valle estratégico que fue creciendo como centro tanto comercial como ceremonial, para rendir culto a los dioses.

En el inicio de nuestra era, Teotihuacán concentró la mayor parte de la población de la cuenca de México, donde sólo quedaron escasas áreas campesinas agrupadas en aldeas y poblados. La afluencia masiva de gente obligó a que los dirigentes planificaran la ciudad de manera muy centralizada, mediante dos grandes ejes ortogonales. La “Calzada de los Muertos”, como la llamaron los aztecas, era el eje principal, de 40 m de ancho, y corría de sur a norte. El otro eje, orientado de este a oeste y con más de 5 km de longitud, seguía el cauce modificado del río San Juan. Ambos ejes dividían la ciudad en cuadrantes, haciendo corresponder la imagen urbana a la superficie terrestre, que tenía como símbolo sagrado la gran flor de cuatro pétalos. Al mismo tiempo, servían de base a una retícula que ordenaba grandes manzanas, muchas de ellas de 60 m de lado. Las calles eran rectas y cubrían el sistema de abastecimiento de agua potable y la red de drenaje y alcantarillado que descargaba en el río.


 Pirámides del Sol (arriba) y de la Luna (abajo) de Teotihuacán (México).
Fotos: Carmen del Puerto.

En la Calzada de los Muertos se levantan las dos grandes pirámides: la del Sol (cuatro cuerpos superpuestos que alcanzan 60 m de altura) y la de la Luna (cinco cuerpos en talud, 42 m de altura). En la llamada Ciudadela se encuentra la Pirámide de la Serpiente Emplumada (ver la entrada sobre la misma en este blog).

La Pirámide del Sol es la mayor estructura del complejo y la segunda de Mesoamérica, después de la de Cholula, que se erigió con influencia de Teotihuacán. Tiene una orientación que señala el movimiento del Sol desde el amanecer hasta el anochecer y también los equinoccios. La arquitectura de Teotihuacán seguía un orden rígido, bajo el cual la simetría y las rítmicas repeticiones de los elementos ratificaban la idea de que la ciudad terrenal era una réplica del arquetipo divino.

Teotihuacán era una ciudad conectada con el Cosmos. Durante mucho tiempo se pensó en la hegemonía de una supuesta clase sacerdotal que ejercía funciones políticas y que redistribuía los bienes económicos. Peor la visión un tanto idílica de un Estado teocrático suponía la ausencia de coerción militar y de sacrificio humano. Las últimas excavaciones arqueológicas muestran un panorama muy distinto.

El documental “Teotihuacán, la Pirámide de la Muerte”, de National Geographic, nos muestra cómo durante las excavaciones dirigidas por Rubén Cabrera Castro, del Instituto Nacional de Antropología e Historia de México, y Saburo Sugiyama, de la Universidad de la Prefectura de Aichi de Japón, se hallaron restos de hombres y animales que fueron enterrados vivos bajo la Pirámide de la Luna, confirmando la celebración de sacrificios presenciados por miles de espectadores. Los sacrificios humanos eran importantes para controlar al pueblo, para persuadirlo de acatar la voluntad del gobernante. Todas las víctimas eran extranjeras, como indica el análisis de los huesos y los dientes con incrustaciones de jade y pirita.

La decadencia de la ciudad fue lenta, hasta su destrucción “selectiva” por el fuego. Los templos y los edificios públicos, a lo largo de la Calzada de los Muertos y de la Ciudadela, donde se tomaban las decisiones, fueron destruidos o desmantelados, y en el emplazamiento de Teotihuacán no quedó sino una reducida población de unos 25.000 habitantes. En el documental de National Geographic se aventura a dar una explicación de cómo pudo desmoronarse una urbe tan grandiosa. La respuesta está en la propia fama de las pirámides, igual que sucediera con las ciudades mayas. Aunque los teotihuacanos cultivaron intensamente las tierras del entorno, no pudieron producir suficiente alimento para una población tan elevada, que subsistía gracias a los excedentes que llegaban de toda Mesoamérica. Llegó un momento en que no hubo alimento para tanta gente, se produjo el “cisma” entre ricos y pobres. Incluso se ha documentado una huelga de recogida de basura. Y una última catástrofe: la sequía, que intentaron combatir sacrificando niños.

El fin de esta civilización se produjo por rebeliones internas de las clases populares ante la crisis de subsistencia y de la que se culpó a los sacerdotes, al fin y al cabo ellos eran encargados del cómputo del tiempo y de las bendiciones de los dioses para el inicio de las cosechas. Pero también porque el poder llegó a su límite de control (dado que para construir una pirámide como la del Sol se necesitaba una importante fuerza de trabajo), la concentración de una gran cantidad de población, la alteración del entorno natural y el resquebrajamiento político y religioso. Nada que no le pueda pasar a nuestra propia civilización.

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