domingo, 8 de julio de 2012

CULTURAS AMERICANAS: La simbología del jaguar

Pintura mural de jaguar en el Palacio de los Jaguares de Teotihuacán (México).
Foto: Carmen del Puerto.

Los olmecas (“habitantes del país del caucho”) se establecieron entre el 1.500 y el 400 a.e. (Preclásico Medio) en la zona sur del estado de Veracruz y al oeste del de Tabasco, en la región del istmo de Tehuantepec, la zona más angosta de México entre el Océano Pacífico y el Océano Atlántico. El desarrollo de su cultura resume todos los desarrollos culturales de los mesoamericanos de aquel tiempo, cuyos principales sitios fueron San Lorenzo, La Venta, Laguna de los Cerros y Tres Zapotes, ubicados en la llanura costera del Golfo de México. Cuando llegaron los españoles, estos centros estaban destruidos o abandonados, y cubiertos por una espesa vegetación. La naturaleza tampoco permitió conservar restos humanos.

Pero el arte olmeca nos ofrece una gran variedad de estilos y rasgos fisonómicos, desde personas en típicas actitudes convencionales a la representación de seres sobrenaturales. Jugadores de pelota, acróbatas, enanos, animales de la fauna local y, sobre todo, seres humanos con rasgos de jaguar, tal vez la expresión artística de un viejo mito distribuido en las tierras bajas mexicanas que hace descender a la especie humana de la unión de una mujer y un jaguar.

Al margen de las colosales cabezas –comentadas en otra entrada de este blog- una categoría del arte olmeca corresponde, por tanto, a las imágenes del jaguar, pues representaban quizá el animal totémico de esta cultura. Bajo este grupo se incluyen las imágenes de baby-face, o “caras de niño”, con su cabeza alargada (producto de la deformación craneal) y rapada, sus ojos oblicuos, sus cejas hirsutas, sus labios en estilo felino con las comisuras hacia abajo, desdentados, o sin colmillos, pues serían jaguares humanizados. Según el artista e investigador mexicano Miguel Covarrubias, el pueblo olmeca veneraba al jaguar como un dios de la lluvia, Tláloc, ancestro de todos los dioses de la lluvia en Mesoamérica. Su identificación con este dios, rodeado de Xipe, una serpiente de fuego, un Quetzalcóatl y un dios de la muerte, condujo a la de muchas otras deidades, y a la impresión de que un panteón de dioses mexicas ya existía entre los olmecas. Por tanto, según Covarrubias y muchos especialistas, ya había en Mesoamérica, antes de la aparición del estilo olmeca, una serie coherente de creencias compartidas sobre la estructura del cosmos y la existencia de deidades y ritos relacionados con ellas, que no cambiaron hasta la llegada de los españoles.

Una segunda categoría del arte olmeca son las representaciones humanas de sí mismos o basadas en una estética peculiar derivada de individuos bajos y orondos, tipo eunucos, con cabezas rasuradas y artificialmente alargadas en forma de pera, de grandes abdómenes, sedentes, con piernas cortas y cruzadas. Tienen la nariz chata, el tabique perforado, cuellos carnosos, poderosas mandíbulas, ojos mongoloides o con estrechas hendiduras entre párpados hinchados. Entre ellos prevalece una fuerte influencia felina unida a un carácter y a una expresión infantil en la cara. Su rasgo más característico es la enorme boca en forma de trapecio, que los arqueólogos conocen con el nombre de “boca de jaguar”, con comisuras caídas.

El jaguar era un símbolo predominante y sus atributos aparecen mezclados con los humanos en una combinación de aspecto feroz. Esa mezcla de atributos se resume con frecuencia en la boca, de labios gruesos, y en un gesto de gruñido. La misma fusión de hombre y jaguar que plasmó en sus bajorrelieves otra cultura lejana, contemporánea de la olmeca, allá en los Andes, en Chavín de Huántar. Las dos culturas adoraban al jaguar, que tal vez era la expresión del Sol en su tránsito nocturno o la expresión de un concepto más espiritual, como explicaba Jiménez del Oso en el documental “Los hombres jaguar” (ver la entrada “Los rasgos etíopes de las cabezas olmecas”). El jaguar de los olmecas inundó Mesoamérica, perpetuándose en todas las culturas posteriores, aunque su valor simbólico fuera alterándose debido a otras influencias religiosas, conviviendo o adaptándose a la iconografía propia de los dioses locales, como los otros símbolos que caracterizaron las viejas religiones mexicanas, la serpiente y el águila, también presentes en la cultura olmeca.

No hay comentarios:

Publicar un comentario