sábado, 25 de febrero de 2012

Desnudando a Dánae

Dánae (1636), de Rembrandt. Museo Hermitage de San Petersburgo (Rusia).

Leningrado, 15 de junio de 1985. “En el resplandor de la tarde, junto al río Neva, un joven lituano no identificado entra en la galería de Rembrandt del segundo piso del Hermitage. El primer cuadro que le saluda es Dánae, tendida en su lecho, apoyada en su codo izquierdo, con la piel bañada en luz dorada, y los pechos, el vientre y los muslos vueltos receptivamente hacia el espectador. El hombre se acerca al cuadro y apuñala a la joven en la ingle rajando el lienzo y aumentando el roto más de diez centímetros a medida que arrastra el puñal por la herida. La pincha una vez más y se dispone rápidamente a un segundo embate arrojando una botella de ácido sulfúrico sobre el rostro, el torso y las piernas... En pocos minutos, la pintura está hirviendo y el óleo carbonizándose”. (SCHAMA, Simon. Los ojos de Rembrandt. Plaza & Janés. Barcelona, 2002. p. 427)).

Ésta es la crónica que, en su libro Los ojos de Rembrandt, hace el profesor de Historia del Arte de la Universidad de Columbia Simon Schama del atentado que en 1985 sufrió el cuadro de Rembrandt Dánae. Un atentado que los rusos ocultaron a la Humanidad hasta su polémica restauración, que tardó doce años y que fue lograda sólo en parte. El consuelo de que se hubiera dañado únicamente un tercio del cuadro fue relativo, porque esta fracción correspondía a la zona central: el cuerpo de la mujer. Algunos detalles importantes han desaparecido para siempre: la parte baja de la sábana que originalmente cubría las piernas, la mayor parte del brazalete de coral de la muñeca derecha, el pesado manojo de llaves que sostiene la anciana criada y –lo más grave, quizá- “el chorro de luz dorada que se vertía sobre las carnes de Dánae y la hacían resplandecer como si estuviera irradiada por una especie de éxtasis sublime” (SCHAMA, p. 428).

Por esta razón, decidí entrevistar al personaje que había cometido semejante atentado terrorista contra la obra –quizá el desnudo más bello- de uno de los grandes maestros de la pintura barroca. Su nombre –BRONIUS MAIGIS- permanecerá por siempre vinculado a un cuadro convertido por el ácido y el cuchillo en monumento a la barbarie.

ENTREVISTA IMAGINARIA CON:

Un destripador de cuadros


El rostro de Bronius Maigis se desdibuja como un aguafuerte de Rembrandt. Y sin remedio se me antoja el personaje central de Crimen y castigo, el noble asesino que creyó obrar en beneficio de la Humanidad. Su demencia fue juzgada en los tribunales y lleva cerca de dos décadas encerrado en un manicomio de Siberia. Ahora, a sus 77 años, pinta cuadros y vive rodeado de libros sobre Rembrandt y el Barroco, que lee sin descanso como si el Arte mismo fuera su condena. En esta entrevista hace gala de su erudición y de una ironía contenida.

ENTREVISTA en pdf (21 páginas):


(Trabajo para la asignatura “Historia del Arte II” que realicé en 2002)

sábado, 18 de febrero de 2012

Era la noche un disfraz

Panorámica de Venecia, la ciudad de elegantes enmascarados.
Foto: Carmen del Puerto.

CRÓNICA DE CARNAVALES

Allí todas las pasiones se daban cita. Unas por su altura y otras por su mala reputación. Pero renombradas o populares, castas o impuras, era la noche un disfraz.

Allí estábamos, cansados de rutina, de vernos siempre la misma expresión de fatiga en el rostro, escondidos tras un antifaz de fantasía, recuperando tradiciones que antaño marcaban el paso del tiempo.

Don Carnal y doña Cuaresma en lucha. Venció lo afrodisíaco, lo digestivo y lo sensual. Y allí, enfundados en nuestras capas, lo comprendimos. El duelo entre buenas y malas costumbres, favoreciendo una vez más al dios del vino, del buen comer y de la orgía.

Allí todo estaba permitido: la sátira al vecino y al orden impuesto, la alternancia de papeles, la máscara, el desenfreno, la voluptuosidad. Pero, pese al demonio, todo fue como Dios manda: baile y alegría hasta el amanecer. Ni saturnales ni conjuras mezquinas, sino costumbres paganas tan arraigadas en el espíritu de los pueblos que hasta los Padres de la Iglesia se vieron obligados a respetarlas en el pasado. “Carnestolendas”, a veces también prohibidas.

Pero no nos engañemos, aquello terminó un miércoles de ceniza. La Cuaresma se vengó de nuestra frivolidad y, con desconsuelo, enterramos a la sardina para no faltar a la costumbre. Se impuso el arrepentimiento y nos mudamos del pecado a la penitencia, del empacho al ayuno. Desvanecida la fiebre común de los carnavales, ya sólo quedó la esperanza de los que vendrán. Y, en la memoria, un baile de máscaras porque, una vez más, fue la noche un disfraz.

Roles en Carnaval

 
Niños disfrazadas en el “Carnevale dei Bambini a Piazza del Carmine”, en Nápoles (Italia).
Fotos: Carmen del Puerto.

Nos hacen sonreír, pero ¿deberíamos poner límites en algunos casos? Por favor, dejen sus comentarios a continuación.

El cuento de la mariquita


Niño disfrazado en el Carnaval de Nápoles (Italia).
Foto: Carmen del Puerto.

Una inquieta mariquita paseaba por las calles de una ciudad bullanguera. Su inestable forma de caminar preocupaba a su progenitor, que la acompañaba pendiente de una posible caída. Pero la pequeña coleóptera no quería darle una de sus patas, ni siquiera una antena. Se sentía orgullosa del vivo color de sus moteados élitros, las gruesas alas que le hacían de caparazón. Sabía que el rojo de su espalda mantendría alejados a sus depredadores. Ufana, siguió haciendo pruebas de equilibrio y negándose a la ayuda paterna. Posiblemente, nuestra valiente mariquita soñaba con ir al espacio y formar parte de una misión científica sobre el comportamiento de los artrópodos en condiciones de microgravedad. Y es que la vida es sueño, pero también un carnaval.

A una nariz

Máscara napolitana de Polichinela.
Foto: Laura PDP.

Podría parecerlo, pero Francisco de Quevedo no pensaba en el Polichinela de la Comedia del Arte, donde tanto se improvisaba. No se inspiró en el personaje napolitano de prominente y aguileña nariz que imponía su criterio a garrotazos. El escritor, de gafas homónimas, parodiaba a su coetáneo Luis de Góngora con superlativas metáforas en torno a su apéndice nasal. Conceptismo mofándose del Culteranismo en un satírico soneto que estudiamos en la escuela e ingeniosa manifestación de la rivalidad literaria que, más allá de la retórica, existía entre estos dos poetas barrocos.

A UNA NARIZ

 Érase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa,
érase una nariz sayón y escriba,
érase un peje espada muy barbado.

Era un reloj de sol mal encarado,
érase una alquitara pensativa,
érase un elefante boca arriba,
era Ovidio Nasón más narizado.

Érase un espolón de una galera,
érase una pirámide de Egipto,
las doce Tribus de narices era.

Érase un naricísimo infinito,
muchísimo nariz, nariz tan fiera
que en la cara de Anás fuera delito.

La niña del confetti

Niña disfrazada en una calle de Nápoles.
Foto: Carmen del Puerto.

Sus padres atienden un puesto de confetti en una calle de Nápoles, mientras ella luce un elaborado vestido de época sobre una alfombra de coloridas trizas de papel. Es Carnaval y hay que darle un tono festivo a la celebración. De modo que la niña hace lo propio y se divierte lanzando al aire una lluvia de confetti. Pero mi mirada digital la intimida. Quizá tema ser reprendida por su cándida inocencia, como si yo fuera un carabinieri que fuera a desmantelar el negocio familiar. Pero unos segundos después, la bambina me sonríe. El miedo ha pasado y la fiesta continúa.