sábado, 26 de mayo de 2012

Tiñendo la arena


 
 
 Dunas de Erg Chebbi, en Merzouga (Marruecos).
Fotos: Carmen del Puerto.
 
No quiero hablar de un conflicto que sonroja, ni de este mundo errado y convulso. Más bien invito a mirar esas dunas que la luz solar tiñe a su antojo. Arena en movimiento que todo lo cubre sutilmente. Belleza infinita del desierto indómito y soberano. Y en mi memoria, la nobleza de quien habita y comparte esa tierra que cambia de color ante mis ojos, al margen de que en el cielo brille la media luna o la luna entera al caer la noche.

Tres sensuales imágenes que se contemplan mejor escuchando las tres húmedas Gymnopédies al piano del compositor francés Erik Satie (1866-1925).

sábado, 19 de mayo de 2012

Los ámbitos de la bruma


 Laguna de la bahía de Walvis Bay (Namibia).
Foto: Carmen del Puerto.

Orilla izquierda del Danubio, en Budapest (Hungría).
Foto: Carmen del Puerto.

Latitud 22º57’27’’S. Longitud 14º30’19”E.
La bruma ha cubierto la bahía de Walbis Bay, antigua colonia británica encerrada entre el Océano Atlántico y las dunas del Namib y enclave sudafricano hasta 1994. Hoy, Namibia presume de los flamencos que viven en su laguna.

Latitud 47º28’19’’N. Longitud 19º03’01”E.
En la orilla izquierda del Danubio, la nieve ha cubierto calles y tejados de Budapest, la capital húngara. El río de Strauss ha cambiado de color con la llegada del invierno. El frío es intenso, pero el paisaje también.


BRUMA
(Julio Cortázar)

Buscar lo remoto con férvidas ansias
Y en limbos extraños hundir obstinado el deseo.
Que el ritmo, lo Impar de Verlaine nos conduzca
Y acordes oscuros de queda armonía
Marquen nuestros pasos sobre el gris sendero.
Debussy... maestro... quiero sinfonías
Que esbocen con notas pinturas de nieve y acero:
Baudelaire... te pido me des una pluma
Que en noche de insomnio
Hayas estrujado contra tu cerebro.
Manet, por los bordes de tus concepciones
Vagaré anhelante de encontrar lo Bello
Que me niegan todos
Los que no han tenido como tú el llamado
Del aire, del ritmo, del amor y el cielo.
A aquellos que ansiosos de altura
Con honda ternura se aferran al Arte dilecto.
Quiero incorporarme: desdeñar los claros,
Firmes horizontes del actual camino
Que hallaron mil veces los genios. Prefiero
Con gesto absoluto y un rictus de firme osadía
En limbos extraños hundir obstinado el deseo.
Buscar lo remoto con férvidas ansias...
Yo que sé que es difícil, vago e hipotético.
Pero no abandono ni a Verlaine ni a Byron,
Porque... ¿quién lo sabe?
Acaso de pronto, nítido y brillante
Del fondo impreciso de mis horizontes
Brote el gran misterio…!

domingo, 6 de mayo de 2012

¿Por qué fueron “malas madres”?


 Medea (1868), de Henri Klagmann, en el Museo de Bellas Artes de Nancy (Francia).

No todas las madres son buenas. Las hay malas malísimas, y no me refiero a la madrastra de Blancanieves. Eurípides de Salamina nos ofreció un claro ejemplo. Medea es, quizá, el personaje femenino con mayor personalidad y sabiduría de la tragedia griega. Expresa el odio que la mujer despechada concibe contra su marido y nos hace reflexionar sobre la condición de la mujer, sometida al hombre, en la Grecia Antigua. Pero su venganza de Jasón, el héroe del Vellocino de Oro, que la abandona por otra mujer, traspasó los límites de lo admisible. Medea dio muerte a sus propios hijos, a pesar del amor que sentía por ellos.

Emma Bovary, de reconocida fama gracias a la creativa sensibilidad del novelista francés Gustave Flaubert, era una mujer casada insatisfecha que perseguía desesperadamente un ideal de amor y reivindicaba su derecho al placer. A los ojos del mundo, no era una buena madre, desilusionada por no haber tenido un varón, sino una niña –Berta-, que siempre estaría discriminada por la sociedad, como correspondía a las mujeres de la época, y que ya era huérfana antes de que su madre se suicidara.

Con ella llegó el escándalo a los escenarios nórdicos en las postrimerías del siglo XIX. Nora Helmer tenía claro que como mujer debía ser una abnegada esposa y madre. Y a ello se aplicó hasta que un día descubrió que simplemente era un juguete más en aquella “Casa de muñecas” donde vivía y que tenía a un cretino por marido al que ya no amaba. No sólo abandonó a Torvaldo, también a su prole con un argumento demoledor, hoy bandera del feminismo: una mujer no puede educar bien a sus hijos si antes no se educa a sí misma. El dramaturgo noruego Henrik Ibsen se atrevió a escribir esta historia con un final que para muchos dinamitaba los cimientos de la familia, aunque por eso mismo tuvo que cambiar el desenlace cuando la obra se estrenó en Alemania.

Hasta aquí, madres asesinas, lujuriosas y egoístas… Así fueron tildadas estas mujeres de la ficción, muy diferentes de otras madres autoritarias y opresoras, como la Bernarda Alba de la España profunda que nos regaló Federico García Lorca. Pero no todas las “malas madres” pertenecen al género literario, a su vez espejo de la realidad. Como no todas tuvieron los mismos motivos para alejarse del estereotipo, un arquetipo que encarna la esencia atribuida a la maternidad idealizada como pilar de la identidad femenina, un constructo social que perpetúa los roles de género. Tampoco todas fueron “malas” en el mismo grado. Pero somos tan maniqueos… Si entre los dos extremos no hay puntos intermedios, yo, como madre, no sabría dónde ubicarme.

Maternidad art decó

Maternidad (1928). Tamara de Lempicka. Colección privada.

La pintora polaca Tamara de Lempicka murió en Cuernavaca (México) en 1980 y sus cenizas fueron arrojadas por su hija Kizette desde un helicóptero al cráter del volcán Popocatépetl. Pero antes de morir nos dejó su leyenda de indomable, su personal estética admirada por Barbra Streisand, Jack Nicholson y Madonna y sus numerosos retratos femeninos junto a desnudos de ambos sexos. Dicen que fue coqueta y embustera durante toda su vida, que se inventaba, que realmente nació en Moscú en 1895, y no en Varsovia en 1902, y que se casó dos veces, primero con un abogado polaco y después con un barón húngaro, aunque no ocultaba su orientación bisexual y coleccionaba amantes, entre ellos D’Annunzio, el poeta de Mussolini y adicto a la cocaína como ella.

Tamara huyó de la Revolución bolchevique, de la Segunda Guerra Mundial y de la Posguerra en Europa. Vivió en San Petersburgo, Copenhague, París, Italia, Zurich, La Habana, Estados Unidos y México. Era capaz de pintar las mujeres más etéreas, sofisticadas, eróticas, de labios muy rojos, con largas y refinadas manos. Reinas de las noches del período de entreguerras, los locos y trasgresores años veinte, símbolos de la más decadente modernidad. Como reflejó su autorretrato Tamara en Bugatti verde, un guiño nostálgico a la trágica muerte en 1927 de la bailarina Isadora Duncan, estrangulada al enredarse su chalina en una rueda de su automóvil.

Quizá esta pintora no fue una buena madre corriéndose juergas nocturnas y participando en orgías desenfrenadas, tras dejar acostada a su hija. Pero sí fue capaz de hacer bellos retratos de su pequeña Kizette y de pintar el cuadro que ilustra esta entrada de mi blog, una maternidad art decó que destila ternura, elegancia y abstracción del mundo exterior.

Génesis


 Una de las fotografías de la exposición “Otras miradas. Fotógrafas en México 1872-1960”, en el Museo de Arte Moderno de Ciudad de México.
Foto de la foto: Carmen del Puerto.

“Mucho te haré sufrir en tu preñez, parirás hijos con dolor, tendrás ansia de tu marido, y él te dominará” (Génesis, 3, 13-16). Eso le dijo Dios a Eva tras comer del fruto prohibido.

 LA MADRE TRISTE
De Gabriela Mistral

Duerme, duerme, dueño mío,
sin zozobra, sin temor,
aunque no se duerma mi alma,
aunque no descanse yo.

Duerme, duerme y en la noche
seas tú menos rumor
que la hoja de la hierba,
que la seda del vellón.

Duerma en ti la carne mía,
mi zozobra, mi temblor.
En ti ciérrense mis ojos:
¡duerma en ti mi corazón!

Instinto animal



 
 Babuinos de Ciudad del Cabo (Sudáfrica).
Foto: Luis Cuesta.

 
Cebras de Namibia.
Foto: Carmen del Puerto.
 

Galería de vínculos


La maternidad (detalle de Las tres edades de la mujer) (1905), de Gustav Klimt.
Foto: Carmen del Puerto.

Pintura étnica de Camerún, de Djim le Baron.
Foto: Carmen del Puerto.

Sin título, de Itxiar Anguita.
Foto: Pablo López.

“La madre” de Gorki


Cartel soviético de propaganda representando la revolución de 1905.
La leyenda reza «¡Gloria a los Héroes del Pueblo del Potemkin!».

Pelagia tenía el cuerpo roto por los malos tratos de su marido alcohólico. Quizá por ello apenas lloró cuando Vlasov murió de una hernia. Vivía en un barrio obrero, de altas chimeneas negras, acostumbrada a la sirena de la fábrica y al ruido sordo de los engranajes. “Por la tarde, cuando el sol se ponía y sus rayos rojos brillaban en los cristales de las casas, la fábrica vomitaba de sus entrañas de piedra la escoria humana, y los obreros, los rostros negros de humo, brillantes sus dientes de hambrientos, se esparcían nuevamente por las calles, dejando en el aire exhalaciones húmedas de la grasa de las máquinas.”

Le preocupaba la actitud de su hijo Pavel, cada vez más reservado. Hasta que un día descubrió que su vástago se había convertido en un líder socialista. Si bien inicialmente las inclinaciones políticas de su hijo le produjeron cierto rechazo, pues tal había sido su educación, terminó convirtiéndose en la madre de todos los compañeros de Pavel, reunidos clandestinamente en su propio hogar, y en una ferviente devota de la causa revolucionaria que defendían. Cuando la policía zarista detuvo a Pavel, que terminó desterrado en Siberia, Pelagia ocupó su lugar llevando pasquines a la fábrica de su hijo, repartiendo propaganda en las zonas rurales y transmitiendo a campesinos y trabajadores la ideología socialista, que hizo compatible con su religión pues defendía a las clases humildes. Pero ella también fue arrestada y conducida a la cárcel, aunque ignoramos cuál fue su destino final. El escritor ruso Máximo Gorki no nos lo dejó claro cuando escribió su historia en 1907.

El misterioso vientre abultado de Giovanna Arnolfini


 
El retrato de Giovanni? Arnolfini y su esposa, El matrimonio Arnolfini, Las Bodas Arnolfini o Compromiso de los Arnolfini (1434), de Jan van Eyck.
Óleo a pincel sobre una tabla de roble de 82,2 x 60 cm. The National Gallery de Londres.

El flamenco Jan van Eyck, que pintó al óleo como nadie, sabía que yo tendría que comentar este cuadro y me lo puso difícil. Para empezar, se manejan diferentes títulos del mismo según interpretemos consumado o no el sacramento del matrimonio o bien a punto de celebrarse en la cámara nupcial el compromiso previo o la boda en sí de los personajes. Por la misma razón, la causa de la anatomía de la mujer podría no ser lo que parece.

Históricamente se ha considerado que se trata de los esponsales entre Giovanni Arnolfini, rico mercader de sedas italiano instalado en Flandes, y su prometida, Giovanna Cenami, hija de otro mercader residente en París. De ahí la interpretación que se ha dado a todos los elementos que componen cromáticamente la imagen, muy abundantes y simbólicos, quizá de marcado carácter religioso: vestimenta lujosa, como la túnica sin mangas de terciopelo púrpura ribeteada de marta cibelina que luce él o la toca de lino y el amplio ropón verde forrado y ribeteado de armiño que viste ella; joyas y brocados dorados; chanclas y zuecos dispersos sobre un suelo de madera; una ventana a la izquierda; el pequeño grifón terrier a los pies; las naranjas que aparecen sobre el alféizar de la ventana; una alfombra de Anatolia; el dosel de una cama en tonos rojos; una lámpara de araña que cuelga del techo; un espejo convexo de cristal, no de metal pulido, en el que se refleja todo el contenido de la habitación y en el que se ven dos personajes, situados frente a la pareja contemplando la escena; unos rosarios de cuentas transparentes; y, sobre el marco del espejo, donde se muestran 10 de las 14 estaciones del Vía Crucis (las paradas del camino de Cristo hasta su muerte en el Gólgota), una inscripción en latín, en caracteres góticos, con el controvertido texto: "Johannes de Eyck fuit hic, 1434" (Jan van Eyck estuvo aquí, 1434), quizá como pintor y testigo al mismo tiempo.

La mujer flamenca, recatada y joven, mira abstraídamente, colocando su mano derecha sobre la izquierda del hombre con más obediencia que ternura, dicen los expertos. El hombre coge, en su mano izquierda, la mano de la mujer, al tiempo que con la derecha realiza un gesto de aceptación. Según los críticos Rose-Marie y Rainer Hagen, en Los secretos de las obras de arte, la supuesta novia se casa con un suntuoso ropaje festivo (el vestido blanco es una costumbre del siglo XIX) y un gran tocado sobre una frente rapada, como era corriente en la época. Y advierten: “Pese a lo que cabe pensar con respecto a su físico, el vientre abultado no alude necesariamente a un posible embarazo, sino que representa más bien el ideal de belleza de la época del gótico tardío, al que también corresponden los pechos pequeños sujetos muy arriba. Igualmente, la gran cantidad de tela usada en la confección del vestido estaba de moda: era el estilo representativo propio del reino borgoñón, aunque no sólo de éste.” El historiador del Arte Erwin Panofsky también sostuvo en un ensayo de 1934 que la imagen corresponde al matrimonio de ambos, celebrado en secreto y atestiguado por el pintor. Este autor explicaba que, según el derecho canónigo, se contraía matrimonio tomando un juramento (fides) con dos acciones: la de juntar las manos (fides manualis) y, por parte del novio, la de levantar su antebrazo (fides levata), sin que fuera necesario la presencia de un sacerdote, que no se impondría hasta el Concilio de Trento. Sin embargo, para José van der Elst, en El último florecimiento de la Edad Media, sí podría tratarse de una mujer embarazada si se tiene en cuenta la presencia en la escena de una figura de Santa Margarita, santa reverenciada como protectora de las mujeres parturientas. En este caso, más le valdría que ya estuviera casada en aquellos tiempos. Pero la mayoría de los autores insisten en que el abombamiento de vientre y caderas responde a una deformación estética deliberada provocada por un corpiño muy ajustado.

El pintor de los duques de Borgoña también caracterizó como nadie un mundo urbano donde abundaba el dinero y el afán de ostentación. Un ambiente que propiciaba los encargos artísticos por parte de una burguesía floreciente, como la de Brujas, fuera del ámbito de la iglesia y de la aristocracia. En los retratos individuales que Van Eyck unió en una sola escena se representan los valores de esa sociedad, carácter para el hombre y sumisión y dulzura para la mujer.

El periplo de este cuadro emblemático de la pintura flamenca también es digno de contarse. Como tantos otros en la historia del Arte, la pintura llegó a estar en manos españolas hasta que fue robada por un general de Napoleón y luego, tras la batalla de Waterloo, por un general inglés que en 1842 lo vendió a la National Gallery de Londres por 730 libras. Vicisitudes que describe Juan Antonio Gaya Nuño en un volumen en el que reconstruye “la deplorable historia del desamor con que España, en tiempos que suponemos ya cancelados, se desentendió de ilustres piezas de arte propias y extrañas, del que debiera haber sido intocable patrimonio nacional”, como el editor destaca en la cubierta del libro Pintura Europea Perdida por España. De Van Eyck a Tiépolo.

Flores para un Día de la Madre


 Foto: Carmen del Puerto

Aunque considere este día una festividad mercantilista más, hoy regalo flores a mi madre, a todas las madres que lo son, a las que no puedan serlo, a las que lo serán y, también, a las que renuncien a la maternidad voluntariamente.

Mi solidaridad estará siempre con las madres que sufren, porque han perdido a sus hijos o porque no ven futuro para ellos. Y mi admiración y agradecimiento para las madres africanas que, como las que aparecen en este blog, me regalaron su sonrisa.


 Madre camerunesa y madre himba de Namibia.
Fotos: Carmen del Puerto.


Ver “Maternidad himba” en este blog: