jueves, 15 de agosto de 2013

EL BAZAR DE LA METÁFORA

Bienvenida al bazar de la Metáfora.

Hermano gemelo de "El Bazar de la Retórica", no puede negarlo, aunque su madre los parió con dos años de diferencia. ¿Serán iguales? ¿Serán distintos? Te invito a comprobarlo.

domingo, 3 de marzo de 2013

Piratería berberisca



Pintura de un hotel de Argel.
Foto: Carmen del Puerto.

Quizá estuviera catalogado como valiosa pintura en una afamada pinacoteca. Pero yo no lo vi colgado de la pared de un museo, sino en el rellano de una escalera de un hotel argelino. Me atrajeron sus grandes proporciones, su cromatismo, su temática… Imposible no acordarse de Cervantes. Yo tenía que robar ese cuadro. La idea me obsesionaba. Huía del ascensor sólo por contemplarlo de regreso a mi habitación en la cuarta planta. Empecé a sentirme un pirata berberisco dispuesto al asalto, a la altura de un ladrón de joyas francés llamado Charles Boyer, que burlaba a la gendarmería ocultándose en la peligrosa Casbah. Claro que él contaba con la ayuda de la austríaca Hedy Lamarr, que no sólo era la mujer más atractiva y erótica del cine, sino también una brillante inventora e ingeniera de telecomunicaciones. Su más famosa patente –el conmutador de frecuencias- se aplica en la actualidad a la telefonía móvil celular 3G y a la transmisión de datos inalámbrica, como Wifi, Wlan o BlueTooth. En mi caso, para cometer el robo, también precisaba de nuevas tecnologías. Finalmente, me hice con el cuadro, lo escondí en mi cámara digital y hoy lo cuelgo orgullosa en el bazar de la Retórica.

sábado, 23 de febrero de 2013

Me gustan los puertos…


 Puerto de Argel (Argelia).
Foto: Carmen del Puerto.

Puerto de Hout Bay (Sudáfrica).
Foto: Carmen del Puerto.

Puerto de Sidney (Australia).
Foto: Carmen del Puerto.

Puerto de Luderitz (Namibia).
Foto: Carmen del Puerto.

Puerto de Santa María (Cádiz).
Foto: Carmen del Puerto.

Me gustan los puertos, quizá por razones heráldicas, prueba de haber superado un trauma infantil. Cuando era niña, sufrí la crueldad de mis compañeros de colegio –nadie se libraba- que veían en mi singular apellido un motivo de burla. Como no me podían llamar “cuatro ojos” –aún no tenía presbicia-, pretendían insultarme riéndose de mi patronímico. Repetían “¡Puerto de Santa María, Puerto de Santa María…!”, con tal sorna que yo pensé que tal Puerto debía ser realmente feo para utilizarlo contra mí. Afortunadamente, hubo en aquella mi etapa escolar franquista una maestra –doña Paquita- que me consolaba diciéndome: “Mari Carmen, no llores, porque el Puerto de Santa María es muy bonito”. Aquella profesora no me lo decía sólo para tranquilizarme. Lo he comprobado de adulta y le estoy muy agradecida. Hoy, todos los puertos me gustan, sean gaditanos o de las antípodas.

sábado, 16 de febrero de 2013

Estelas en la mar



Estela en el Atlántico.
Foto: Carmen del Puerto.

Los que tenemos cierta edad debemos mucho a los cantautores españoles más atrevidos y de larga trayectoria musical. Miguel Ríos cometió el sacrilegio de grabar en 1970 el Himno a la alegría, escandalizando al purismo más dogmático. Se trataba de una adaptación del último movimiento de la Novena Sinfonía de Beethoven que arregló y dirigió el argentino Waldo de los Ríos, denostado precisamente por hacer versiones pop de grandes obras de la música clásica. Luis Eduardo Aute, filipino que pasaba por aquí, nos dejó rosas en el mar -al alba y a las cuatro y diez-, sin pedirnos nada a cambio -¡Aleluya!- y advirtiéndonos sobre este mundo absurdo que no sabe a dónde va. Aprendimos a ser irreverentes con Joaquín Sabina, Javier Krahe y Alberto Pérez, los honorables padres de La Mandrágora, el satírico álbum que grabaron a comienzos de los ochenta en el sótano del bar madrileño del mismo nombre. Tampoco se quedaron atrás Ana Belén y Víctor Manuel, cantando juntos o por separado en la Transición, abriendo y cerrando la muralla. Pero la osadía de Joan Manuel Serrat fue más allá, poniendo voz y música a los versos de Antonio Machado, Miguel Hernández, Rafael Alberti, Federico García Lorca, León Felipe, Pablo Neruda y Mario Benedetti, entre otros. Una deuda como ésta no se puede condonar, por muchos agradecimientos y entradas que dedique en el bazar de la Retórica a estos grandes maestros, grandes artistas.

“Caminante, no hay camino”
(Extracto de Proverbios y Cantares)
ANTONIO MACHADO

Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar.


“Cantares”, de Joan Manuel Serrat:

“Adivina, adivinanza”, de Joaquín Sabina, Javier Krahe y Alberto Pérez:

“Himno a la alegría”, de Miguel Ríos:

“Aleluya nº 1”, de Luis Eduardo Aute:

“La muralla”, de Ana Belén y Víctor Manuel:

sábado, 9 de febrero de 2013

“La mar es el mejor camino para un inglés”

Fotografía antigua del muelle Albert Dock de Liverpool. 
Museo Marítimo Merseyside (Liverpool, Reino Unido). 
Foto de foto: Carmen del Puerto.



“Todo mi patrimonio son mis amigos” (frase que hago mía aunque pertenezca a la poeta estadounidense Emily Dickinson). Ellos siempre me enriquecen, algunos especialmente.

Yo tuve un gran amigo fuera de lo común, que me legó más de lo que puedo describir con palabras. Original, sabio, culto, políglota, un mecenas que regalaba prácticos pensamientos filosóficos y los mejores consejos que necesitaras.

Quizá no fuera precisamente un caballero “de fina estampa”, como cantara Chabuca Granda, pero sí todo un gentleman inglés, que ahora recuerdo con el físico y las maneras de un caballero andante de origen manchego. Un hombre auténtico, honesto, noble y sencillo, una especie de la naturaleza en peligro de extinción.

Aun habiendo nacido en su amada Liverpool, no fue un corsario al servicio de la reina de Inglaterra. Quién sabe, tal vez lo hubiera sido de haber vivido en el convulso siglo XVI. Tampoco formó parte de ninguna conocida banda de rock, aunque le gustaba la música clásica y hasta tocó la trompa en una orquesta.

Pródigo en frases que no se olvidan, le gustaba repetir con su flema británica: “La mar es el mejor camino para un inglés”. Su pasión por los barcos hizo que los buscara, con ayuda de “modernas” escafandras, hundidos en el fondo del Océano Atlántico. Allí le esperaban increíbles tesoros: anclas, cañones y ánforas cuyos cuellos cerámicos habían absorbido la sal después de tantos siglos bajo el agua.

Era un jardinero fiel, que amaba a su encantadora esposa, madre de sus tres hijos y quien sólo comía for lunch “la mitad de media galleta”. Para él, en cambio, nada como unas gambas al ajillo y un buen vino. Con el humor que le permitía jugar incluso con un idioma que no era el suyo, a sus resignados amigos nos solía gastar bromas, algunas ácidas y muy elaboradas.

Con edad suficiente para recordar los horrores de la Segunda Guerra Mundial que tanto castigó a su país, sostenía que vivía “de abono”, pues ya había superado la longevidad de su padre. Y, jubilado con anticipación, le gustaba viajar y adquirir a buen precio originales obras de arte, desde una jirafa de madera africana hasta un guerrero de terracota de los emergidos en Xian, ambos a escala real, o casi.

Yo tuve un gran amigo fuera de lo común, que me legó más de lo que puedo describir con palabras. Hoy le añoro y le dedico –se lo debía- esta entrada en el bazar de la Retórica.

“The boxer”, de Simon and Garfunkel, la música que mi especial amigo eligió para su funeral, mezclada de forma divertida con sonidos de trompa no muy melódicos:

http://www.youtube.com/watch?v=HdP3nZMZQbs