sábado, 31 de marzo de 2012

La finca de Falcon Crest

Viñedos australianos de Yarra Valley.
Foto: Carmen del Puerto.

No es el imaginario valle de Tuscany, en California, pero la Cabernet Sauvignon se cultiva en muy diferentes latitudes. Ignoro si al frente del negocio de la producción vinícola australiana hay una despiadada Angela Channing, como en la serie de televisión “Falcon Crest”, que se emitió durante toda la década de los ochenta. Aquella mujer eclipsó a los malvados magnates del petróleo de las otras dos series estadounidenses de la época: el inolvidable “J.R.” Ewing, de “Dallas”, y el elegante Blake Carrington (John Forsythe), de “Dinastía”, aunque este último eclipsado a su vez por una Joan Collins bordando el rol de serpiente venenosa. Lujo, poder, traiciones, chantajes, engaños y romances en las “Viñas del odio”, ya nada comparables con las perversidades de los culebrones actuales. Aunque éstos tampoco alcanzan las intrigas imperiales de “Yo, Claudio”, serie de culto de mi generación donde siempre había arsénico en las copas de vino.

Otoño en Shiraz



 Uva shiraz en una finca australiana.
Foto: Carmen del Puerto.

Al pie de los Montes Zagros y próxima a Persépolis, Shiraz fue la capital iraní en el siglo XVIII, con la dinastía Zand. Hoy se vende como la ciudad del vino, la poesía, las rosas y las luciérnagas, con muchos siglos de historia en sus calles. Da nombre a una cepa tinta que permite elaborar un exquisito vino monovarietal, hoy producido en muchas regiones cálidas del mundo, como el sur de Francia, Australia, Sudáfrica o España. Aunque algunos niegan que la uva de color púrpura y racimo largo proceda de la antigua Persia, adoptando incluso diferentes grafías o términos- Candive Noir, Entournerein, Hermitage, Hignin Noir, Petite Syrah, Plan de la Biaune, Schiraz, Sérine, Séräne, Shiraz, Sirac, Sirah, Syra, Syrac-, lo cierto es que su vino embriaga como los cuentos orientales de las Mil y una Noches.

Pero Shiraz me recuerda asimismo una lectura que hace pensar más que evadirse, especialmente en esta época de “primaveras árabes” que tanto apoyamos en nuestro “civilizado” mundo occidental, aunque antes les reíamos las gracias a los dictadores. También la dictadura del sha de Persia Mohammad Reza Pahlevi -¡cuánto lujo y glamour desplegado en las páginas del Hola!- generó descontento en el pueblo iraní. Su indignación acabó, como sabemos, en revolución islámica, sentando en el poder a los ayatollahs. Derrocado el sha, el rencor y la venganza se cebó hasta el límite en los afectos, por acción u omisión, al régimen anterior. Otoño en Shiraz”, de la iraní Dalia Sofer, cuenta precisamente la historia de una familia que sufrió esa humillación, la suya propia, la misma por la que pasan siempre los que salen perdiendo de las revoluciones, sean éstas de la tendencia que sean.

Días de vino y rosas

Viñedos Fergusson, en Yarra Valley (Victoria, Australia).
Foto: Carmen del Puerto.

Se conocen, se enamoran, se casan, se reproducen, se emborrachan, se destruyen. “Días de vino y rosas” (Blake Edwards, 1962) es un intenso drama sobre los estragos del alcoholismo y, en general, de cualquier adicción que nos tiranice. En esta película, asistimos a todas las etapas inherentes al proceso destructivo, en uno u otro sentido según el personaje. Quien solía estar ebrio (Jack Lemmon) consigue dejar la bebida gracias a Alcohólicos Anónimos, pero no se librará del sentimiento de culpa. Quien era abstemio (Lee Remick) se inicia en la bebida por inducción de su pareja, aunque esconde cierta predisposición congénita que, finalmente, la hará caer sin remisión en el abismo.

Hay versiones para todos los gustos de “The days of Wine and Roses”, que ganó en 1963 el Oscar a la mejor canción.

“The days of Wine and Roses”, de Henry Mancini y Johnny Mercer:

Versión de Frank Sinatra:

Versión de Shirley Bassey:

Neruda y su oda al vino

Pintura en una exposición de arte contemporáneo en Rabat (Marruecos).
Foto: Carmen del Puerto.

Pablo Neruda era un seudónimo, porque en realidad se llamaba Ricardo Eliecer Neftalí Reyes Basoalto. ¿Por qué ese nombre artístico? No está muy claro. Tampoco sabemos si el Premio Nobel de Literatura de 1971 fue envenado cuando estaba a punto de exiliarse en México, pocos días después del golpe militar de Augusto Pinochet. Su osadía había llegado muy lejos, pues ya en 1939 el poeta chileno de credo comunista rescató a 2.200 republicanos españoles refugiados en campos de concentración franceses tras la llegada de Franco al poder. En septiembre de aquel año, los inmigrantes españoles que en agosto subieron al carguero francés “Winnipeg” por iniciativa diplomática de Neruda, que había sido cónsul en Madrid, pudieron desembarcar en el puerto de Valparaíso y comenzar una nueva vida en tierras chilenas. Pero si hoy recuerdo al poeta que coleccionaba caracolas compulsivamente y confesaba haber vivido no es por aquella acción humanitaria, ni porque escribiera los versos más tristes, veinte poemas de amor y una canción desesperada, sino porque también dedicó una sensual oda al vino.

“ODA AL VINO” (fragmentos)

Vino color de día,
vino color de noche,
vino con pies de púrpura
o sangre de topacio,
vino,
estrellado hijo
de la tierra,
vino, liso
como una espada de oro,
suave
como un desordenado terciopelo,
vino encaracolado
y suspendido,
amoroso,
marino,
nunca has cabido en una copa,
en un canto, en un hombre,
coral, gregario eres,
y cuando menos, mutuo.
El vino
mueve la primavera,
crece como una planta la alegría,
caen muros,
peñascos,
se cierran los abismos,
nace el canto.
Amor mío, de pronto
tu cadera
es la curva colmada
de la copa,
tu pecho es el racimo,
la luz del alcohol tu cabellera,
las uvas tus pezones,
tu ombligo sello puro
estampado en tu vientre de vasija,
y tu amor la cascada
de vino inextinguible,
la claridad que cae en mis sentidos,
el esplendor terrestre de la vida.

Aguando la fiesta



Recipientes utilizados en los symposia griegos, muchos de ellos para el almacenaje, mezcla y distribución del vino. British Museum (Reino Unido).
Foto: Carmen del Puerto.

El banquete griego era una institución aristocrática masculina, que excluía a las mujeres, salvo a las hetairas (artistas y prostitutas). Se celebraba en casas particulares, donde se hacían libaciones a Dioniso y se bebía vino en peculiares copas llamada kylikes. Pero los griegos no acostumbraban a beber vino puro, propio de los bárbaros, sino rebajado con agua en unas determinadas proporciones, normalmente 1 parte de vino por 3 de agua que se mezclaba en cráteras.

En su introducción al Banquete de Platón, el filólogo Carlos García Gual explica que el simposio (en griego sympósion y en plural symposia), o “bebida en común”, se inicia “cuando ya se ha concluido la comida y los comensales pueden dedicarse alegremente a beber en amistosa compañía y a conversar con entera libertad”. Y añade: “Los sirvientes despejan las mesas, aportan perfumes y ligeras coronas de mirto, y escancian generosamente el vino en las copas. La mezcla de la bebida, la música de las flautas, la belleza de los muchachos y las danzarinas ocasionales, todo ello contribuye a la festiva atmósfera en la que los simposiastas, con el fogoso apasionamiento y la franqueza jovial que el momento propicia, discurren en charlas desenfadadas. El ambiente rumoroso ‘adormece las penas y despierta al instinto amoroso’, como dice Jenofonte (en su Banquete, 3,1), mientras circulan las copas y las palabras alegres.”

Aunque el grado de intoxicación etílica en estos encuentros invitando a liberarse de inhibiciones debía ser en teoría moderada, nadie abandonaba el simposio completamente sobrio. Las coronas de mirto se utilizaban precisamente para aliviar los dolores de cabeza producidos por el vino. Y a pesar de que emborracharse no estuviera bien visto entre los miembros del grupo, ello debió de ocurrir a menudo, como muestran las escenas de kômos (juerga callejera de los borrachos) en las fuentes iconográficas.

Vinos literarios de malvasía


Expositor de vinos en un restaurante de Nápoles.
Foto: Carmen del Puerto.

Entre luces y sombras, dibujando momentos de celebración y amistad o unido a la traición y el engaño, el vino es un personaje de la literatura universal. Sus gotas han salpicado millones de retóricas páginas que lo mismo culpan a la bebida de envilecer a quien la consume como ensalzan de la misma su poder curativo para el alma y el cuerpo. Cuando entra en escena, el vino puede añadir tensión dramática o, por el contrario, inspirar relajación. ¡Cuántos registros para un zumo fermentado de uva!

William Shakespeare hizo beber caldos canarios a muchos de sus personajes, como el intrigante Falstaff de su “Enrique IV”. El vino de malvasía producido en las Islas era considerado en el siglo XVI el mejor del mundo, a lo que contribuyó su alta graduación. De ahí el comentario de la chismosa Mistress Quickly, otro personaje shakespeariano de la obra anterior: "But I´faith, you have drunk too much canaries; and that´s a marvellous searching wine, and it perfumes the blood ere one can say: What´s this?" ("…Pero, por mi fe que habéis bebido demasiado vino canario. Es un vino maravillosamente penetrante y que perfuma la sangre antes de que se pueda decir: ¿qué es esto?") ("Enrique IV". 2ª parte, acto II, escena IV).

Vino micénico en Borges


 Ritones y ánfora micénicos. Museo Arqueológico de Micenas.
Foto: Carmen del Puerto.

El argentino Jorge Luis Borges, que todo lo escribió, también compuso versos dedicados al vino. Y lo hizo como si escribiera a un amigo, confiando en que le enseñaría el arte de ver su propia historia, “como si ésta ya fuera ceniza en la memoria”. El vino, que “fluye rojo a lo largo de las generaciones”, “como el río del tiempo”, que “exalta la alegría o mitiga el espanto”, fue vertido en un soneto con referencias micénicas.
 
SONETO DEL VINO

En el bronce de Homero resplandece tu nombre,
negro vino que alegras el corazón del hombre.
Siglos de siglos hace que vas de mano en mano
desde el ritón del griego al cuerno del germano.

En la aurora ya estabas. A las generaciones
les diste en el camino tu fuego y tus leones.
Junto a aquel otro río de noches y de días
corre el tuyo que aclaman amigos y alegrías.

Vino que como un Éufrates patriarcal y profundo
vas fluyendo a lo largo de la historia del mundo.
En tu cristal que vive nuestros ojos han visto
una roja metáfora de la sangre de Cristo.

En las arrebatadas estrofas del sufí
eres la cimitarra, la rosa y el rubí.
Que otros en tu Leteo beban un triste olvido;
yo busco en ti las fiestas del fervor compartido.

Sésamo con el cual antiguas noches abro
y en la dura tiniebla, dádiva y candelabro.
Vino del mutuo amor o la roja pelea,
alguna vez te llamaré. Que así sea.