Literatura y vanidad, mucha vanidad. Esta es la propuesta bloguera y narcisista que quiero compartir en el ciberespacio. Un bazar al estilo árabe o turco, donde textos con imágenes e imágenes con textos se alternan invitando a viajar de un continente a otro, cuando no a reflexionar sobre la Retórica de Aristóteles o el arte de la persuasión.
sábado, 28 de julio de 2012
MUERTOS: Una rosa negra para Amy Winehouse
Rosa negra.
Foto: Carmen del Puerto.
Hace un año perdimos a Amy Winehouse. No
me considero una incondicional, pero me gustaba su voz. Diva del soul, reina
del blues, fue la revelación musical del año 2007. Con su segundo álbum, Back to Black, obtuvo cinco premios
Grammy. El single que da título a ese álbum y el videoclip correspondiente ya me
impresionaron en su momento, cuando aún ella no había muerto. Un cortejo
fúnebre de imágenes en blanco y negro acompañan a una elegante y atractiva Amy.
Así que nunca un vídeo fue tan premonitorio: en él, la cantante británica asiste
al entierro de su propio corazón, prometiendo no “volver al negro”. Nos hizo creer
entonces que aún había esperanza para esta joven amante de los excesos.
Hoy le dedico esta entrada y esta rosa
negra a juego con su pelo, su maquillaje y las sombras de su vida.
Back to Black, de Amy Winehouse:
MUERTOS: Polvo eres…, humor de ultratumba
Restos
humanos del Museo Arqueológico de Rabat (Marruecos).
Foto:
Carmen del Puerto.
La periodista Nieves Concostrina suele
hacer reír con su peculiar forma de contar algunos episodios históricos, ya sea
con su potente voz radiofónica o con su mordaz literatura. En uno de sus
primeros libros, Menudas historias de la
Historia, ofrecía una numerosa relación de “anécdotas, despropósitos,
algaradas y mamarrachadas de la Humanidad”. En otro, Polvo eres, compartía con los lectores “peripecias y extravagancias
de algunos cadáveres inquietos”. Y en el último, …Y en polvo te convertirás*, cuyo título completa la sentencia
bíblica, recopila las mejores imágenes aportadas al concurso radiofónico de
epitafios del programa “No es un día cualquiera”, dirigido por Pepa Fernández
en Radio Nacional.
En torno a la muerte, además de inmenso
dolor, puede haber mucho morbo, pero también mucha antropología, mucha
genialidad y mucho sentido del humor. Y aunque ya sabemos que falsamente se
atribuye a Groucho Marx el epitafio “Perdonen que no me levante” (en la lápida
del columbario donde están depositadas sus cenizas en el cementerio Eden
Memorial Park de California sólo figura su nombre artístico y las fechas de nacimiento
y muerte, 1890-1977, con una estrella de David en medio por su origen judío),
sí existe una lápida en el cementerio Sur de Madrid, entre muchas otras en el
mundo, que honra ese mito (Concostrina, p. 129).
Algunos epitafios conmueven: "Cuando nací, todos reían y yo lloraba. Viví de
tal manera, que cuando morí, todos lloraron y yo reí. La marihuana es lo que
tiene", del cementerio de Riópar Viejo, en Albacete (Concostrina, p. 125).
En este caso, las cosas no son como parecen: el muerto estaba enfermo de cáncer
con algún cuidado paliativo para aliviar el dolor, según se informó la
periodista.
Otros epitafios
resultan ácidos, como "Aquí yaces y haces bien, tú descansas, yo
también", del cementerio General de Valencia (Concostrina, p. 85). Pero
muchos –ya sea por voluntad del muerto o de los familiares- trivializan la
muerte con humor negro: "Que conste que yo no quería", cementerio de
Santa Isabel de Vitoria (Concostrina, p. 96), una clara puntualización por si cabía
alguna duda; "Te dije que estaba enfermo", del cementerio anglicano
de Saint Thomas, en Winchelsea, East Sussex, Inglaterra (Concostrina, pp.
206-207), todo un reproche a los incrédulos; o el entusiasta "¡Esto es
increíble!", del cementerio de Reis, en Pontevedra (Concostrina, p. 148).
Y para el que
se atreva a profanar una tumba, este fulminante epitafio: "Todo el que le
haga daño o le quite algo a los muertos le entre cáncer negro en la boca del
estómago", del cementerio de Huelva (Concostrina, p. 116).
Yo me quedo, no
obstante, con la sagacidad y optimismo de este otro epitafio del cementerio de
Cistierna, en León (Concostrina, p. 121): "Estoy muerto, enseguida
vuelvo", quién sabe si pensando en posibles acreedores.
*CONCOSTRINA, Nieves. ...Y en polvo te convertirás. Epitafios: los
muertos tienen la última palabra, La Esfera de los Libros, Madrid, 2010.
(Gracias, Elena,
por tus referencias)
Nieves Concostrina,
firmando su último libro, …Y en polvo te
convertirás, tras una conferencia en Tenerife.
Foto: Carmen
del Puerto
MUERTOS: Murieron con las botas puestas
Restos
arqueológicos del Museo de Sitio de Teotihuacán (México).
Foto:
Carmen del Puerto.
Ignoro si a los de la foto los
enterraron vivos, como era costumbre en los sacrificios humanos de muchas
culturas americanas (ver entradas anteriores de este blog). Pero seguro que no se
plantearon dejarles las botas. Raoul Walsh sí lo hizo en 1941 con el General Custer
(alias Errol Flynn) y los 600 soldados del Séptimo de Caballería, que murieron
en Little Big Horn, a manos los 6.000 indios sioux y cheyenes liderados por
Caballo Loco y Toro Sentado, más americanos que aquellos. Una épica película de
un mítico encuentro que ganaron los indios, aunque sin duda fue un éxito
efímero. Los pocos pieles rojas que sobrevivieron acabaron confinados en
reservas, tras ver diezmados sus bisontes y expropiadas sus tierras. Una cruenta
empresa americana con un poderoso móvil económico: la incorporación al circuito
capitalista de cientos de miles de hectáreas de tierras aptas para la
agricultura y la ganadería que confiscaron a los indios, al margen de la fiebre
del oro. De ahí que para consolidar la ocupación del territorio, se adoptara
una política que no tuvo reparos en exterminar físicamente a los naturales del
lugar.
MUERTOS: Epigrafía funeraria
Aras
sepulcrales con inscripciones latinas del Museo de la antigua ciudad romana de
Tipasa, en la actual Argelia.
Fotos: Carmen del Puerto.
Fragmentos
de inscripciones epigráficas del Museo de Tipasa, en Argelia.
Foto: Carmen del Puerto.
Aras
sepulcrales con inscripciones latinas de la antigua ciudad romana de Volubilis,
en el actual Marruecos.
Fotos:
Carmen del Puerto.
Si estudias Historia Antigua y Epigrafía Latina, sabrás quién era un tal Theodor Mommsen, creador del Corpus Inscriptionum Latinarum (CIL) y premio Nobel de Literatura en 1902. Para este jurista, filólogo e historiador alemán, interpretar las inscripciones latinas del Imperio Romano era “pan comido”. Para mí, un “hueso duro de roer”. Aun así, pude con esta inscripción, una de las más sencillas con probabilidades de caer en el examen:
Ara
sepulcral (CIL VI 14150) conservada en el Museo Capitolino (Roma).
D . M
C . CALPURNIUS
C . LIB . BERYLLUS
HIC . SITUS . EST
VIX . ANN . XXI
Del análisis arqueológico deducimos que se trata de
un ara sepulcral de mármol muy ornamentada, encontrada en Roma (seguramente a
las afueras, por tratarse de una inscripción de carácter privado, como veremos)
y conservada en el Museo Capitolino de esta misma ciudad. Está catalogada en el
célebre Corpus Inscriptionum Latinarum
(CIL), en el volumen VI, con el número 14150. Este catálogo organiza las
inscripciones con criterios geográficos, lo que resulta de gran ayuda para la
investigación histórica. Sabemos las medidas (72,5 x 59 x 40 cm), siendo el
campo epigráfico de 24 x 27 cm y la altura de las letras de 2,5-3 cm. La cartela del texto
epigráfico se encuadra entre dos columnas corintias, sobre las que descansa un
elemento de cierre horizontal o arquitrabado. Cuenta con dos fajas decorativas
de desarrollo horizontal, a modo de friso, por encima y por debajo de la
cartela con la inscripción. En la faja superior vemos un relieve en el que
aparecen esculpidas dos cabezas de carnero en los extremos que miran de perfil
hacia un rostro humano frontal situado en el medio. Si bien podrían tener el
valor de animales psicopompos, que transportan las almas de los muertos,
también podrían representar los animales ofrendados en este altar de
sacrificios. La imagen central podría ser Júpiter, el dios de los dioses en el
panteón romano. En la faja inferior aparece una escena esculpida de un banquete
funerario, con tres figuras humanas mirando al frente. La figura central,
supuestamente el difunto, se encuentra reclinado acompañado de dos sirvientes o
custodias a los lados. Se aprecia un gran detalle en el relieve: pliegues en
los vestidos, peinados, un objeto en la mano del individuo que está tumbado...
Según un análisis formal, la inscripción presenta
una exquisita factura a primera vista. Las letras están perfectamente impresas,
son todas del mismo tamaño y forma, bien dispuestas en el espacio y con signos
de interpunción muy esmerados, lo que en principio indica la experiencia y el cuidado
del tallador, la importancia del encargo y la disponibilidad económica del
titular que lo financia. La letra corresponde al tipo “capital cuadrada”, lo
que significa cierta ubicación cronológica para el monumento, que estaría
comprendida entre los siglos I y III de la era.
Analizando el texto epigráfico, encontramos que encabezan
este texto las siglas DM, iniciales de D(iis) M(anibus), una invocación a los
dioses Manes. Esta dedicatoria es la habitual al tratarse de un ara funeraria:
los dioses Manes protegen a los muertos. El texto es breve y en él
identificamos a dos individuos: Uno de ellos es el muerto: C(aius) CALPURNIUS
BERYLLUS, que aparece en nominativo. Un liberto que toma el praenomen (Caius) y el nomen (Calpurnius) de su libertador, que
en este caso sería Cayo Calpurnio (ignoramos su cognomen), dato que deducimos de C . LIB, de C(aius) LIB(ertus), es
decir, liberto de Cayo. El liberto conserva su nombre de pila como cognomen: Beryllus. Los esclavos, al ser
liberados, adquirían la condición jurídica de su patrono, en este caso, de
ciudadano romano, lo que refrenda la posesión de una onomástica completa o
trianómina. La penúltima línea de texto responde a la fórmula funeraria HIC
SITUS EST –que en esta ocasión no aparece abreviada-, es decir, “aquí yace”.
Según la última línea, el muerto murió joven: vivió 21 años, VIX (it) ANN
(orum) XXI.
La traducción, por tanto, sería: “Para los dioses
Manes. Aquí yace Cayo Calpurnio Beryllo, liberto de Cayo, que vivió 21 años”. La
brevedad del texto posiblemente se debe a la condición de liberto del individuo
al que está dedicada, si bien el dedicante se esforzó en otorgarle un monumento
funerario de cierto lujo.
Fuentes epigráficas como ésta nos informan, por
tanto, de las relaciones sociales en el mundo antiguo y, en concreto, de la que
mantuvieron hombres libres con sus libertos, las cuales pudieron ser muy
estrechas o especiales a juzgar por esta inscripción. Es una fuente primaria
dado que sale directamente de la antigüedad, aunque desgastada por el tiempo.
No obstante, sabemos que esta propiedad no es garantía de total objetividad.
MUERTOS: Un nombre en cada hoja de un sauce llorón
Memorial del Holocausto
del escultor húngaro Imre Varga, en Budapest (Hungría).
Foto:
Carmen del Puerto.
Lápidas cubiertas
por la nieve de judíos húngaros fallecidos en el invierno de 1944-1945.
Patio
interior de la Gran Sinagoga de Budapest.
Foto:
Carmen del Puerto.
Durante la Segunda Guerra Mundial, los
alemanes crearon un ghetto en Budapest que sirvió como lugar de reunión para la
posterior deportación de judíos a los tristemente célebres campos de concentración.
Muchos judíos húngaros se refugiaron en la gran y ecléctica sinagoga de la
Calle Dohány, pero miles murieron debido a las bajas temperaturas del crudo
invierno de 1944-1945. Sus cuerpos están enterrados en el patio interior de la
sinagoga, próximos a El árbol de la vida,
un memorial diseñado por Imre Varga en 1991. La peculiar escultura se halla sobre
el empedrado Jardín del Recuerdo dedicado
a Raoul Wallenberg, diplomático sueco que evitó el exterminio de muchos judíos.
En cada hoja de este árbol llorón de metal se puede leer el nombre de uno
de los 60.000 judíos húngaros que murieron víctimas del Holocausto.
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