En la época victoriana, el gusto por lo egipcio rozaba lo enfermizo. Obviamente, por los asombrosos descubrimientos arqueológicos que se produjeron a lo largo del siglo XIX. Pero, también, por la creencia de que Egipto fue la Gran Bretaña de la antigüedad, una civilización superior que conquistó toda la tierra a su alcance. Y como los británicos llegaron hasta las antípodas, ¿cómo no iban a dejar allí huellas de sus gustos? Aunque este obelisco, erigido en 1857 y con esfinges en su pedestal, no conmemora ninguna victoria sobre aborígenes australianos. Su función es más prosaica, como tubo de ventilación del alcantarillado público. ¡Por favor, que no se entere Ramsés!