sábado, 14 de enero de 2012

Un iceberg a estribor

Cartel de la película Titanic (James Cameron, 1997).

Fue otra de las tragedias que, si bien no habíamos nacido -el hundimiento de este colosal transatlántico británico se produjo en la noche del 14 de abril de 1912 y pronto “festejaremos” el centenario-, sí la hemos revivido con Leonardo di Caprio y Kate Winslet en 1997. También hubo magníficas películas anteriores basadas en este histórico naufragio, aunque no con tanto presupuesto y glamour.

La travesía que debía conectar Southampton con Nueva York se interrumpió bruscamente frente a las costas de Terranova, en el Océano Atlántico. Un iceberg a estribor tuvo la culpa. 1.500 personas fallecieron por ahogamiento o hipotermia. Pero hubo otras causas por las que aquella colisión alcanzó tal magnitud. El capitán, en su puente de mando, mantuvo una velocidad más alta de la debida pese a la alerta por la presencia de bloques de hielo. Aunque el Carpathia llegó al escenario lo más rápido que pudo y rescató a muchos supervivientes, otro barco –el California- confundió los cohetes de auxilio del Titanic con fuegos artificiales y no acudió en su ayuda. La tripulación no supo evacuar a los pasajeros por carecer de formación. Y sólo se dispuso de la mitad de los botes salvavidas que eran necesarios. Overbooking: 2.227 pasajeros, cuando sólo podían acceder a las balsas 1.178. Nadie había previsto la remota posibilidad de un hundimiento. Sólo se “salvaron” de los reproches –que no de ahogarse- los músicos de la orquesta, la Wallace Hartley Band, que siguió tocando alegres melodías incluso con el agua al cuello.

Muchos cadáveres y muchos tesoros –no olvidemos que el Titanic, con cuatro chimeneas, era toda una metáfora de lujo y ostentación- quedaron sumergidos en las oscuras aguas de las profundidades marinas. Justo lo necesario para seguir alimentando tanto la codicia humana como el mito.

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