sábado, 28 de enero de 2012

EN LAS ANTÍPODAS: “Wombat, wombat”

 Ejemplar de wombat en el Healesville Wildlife Sanctuary, próximo a Melbourne (Australia).
Foto: Carmen del Puerto.

No, no es el estribillo de una canción de King Africa. Es, repetido, un marsupial típicamente australiano, que parece un osito rollizo y se comporta como un vulgar roedor. De patas muy cortas, pero fuertes, y garras poderosas para sus excavaciones, se alimenta de hierbas y raíces. Pero tiene las digestiones muy pesadas: tarda 14 horas en hacerla. Es raro que salga de su madriguera durante el día. Así se mantiene caliente en invierno y fresco en verano. Hábitos por los que, quizá, llegará a vivir más de 20 años.

Sin embargo, es una especie amenazada por culpa de los conejos, una de las 100 especies exóticas invasoras más dañinas del mundo. Fueron introducidos en Australia por los colonos ingleses en 1859 para entretenimiento de cazadores. Ignoraron entonces que una hembra adulta de conejo es capaz de tener 40 crías al año y cuáles serían sus efectos devastadores en pastos, bosques y especies autóctonas.

Para combatirlos, a las autoridades no se les ocurrió una idea mejor que introducir zorros, los principales depredadores de los conejos en Inglaterra, pero que en lugar de capturar estos animales se lanzaron sobre los wombats, más fáciles de cazar.

Los australianos utilizaron balas, trampas y venenos para frenar el avance de los conejos. Incluso levantaron una valla a prueba de ellos de unos 2.000 km de largo. Luego, probaron a infectar los conejos con el virus de la mixomatosis, enfermedad a la que pronto se hicieron resistentes. En 1995 se lanzó una segunda arma biológica: la enfermedad hemorrágica del conejo, con la que intentan controlar la plaga.

Paradójicamente, los hábitos excavadores de los propios wombats, que además compiten con los conejos por la comida, contribuyen a la proliferación de los mismos dañando las vallas de contención.

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