sábado, 14 de enero de 2012

España

España (1938), de Salvador Dalí.
Museo Boijmans-Van Beuningen (Rotterdam, Países Bajos).
Colección particular.


Para que no olvidemos nunca el horror de la Guerra Civil Española, podemos elegir entre leer uno de los últimos best sellers, como Tiempo entre costuras, de María Dueñas, volver a ver en teatro, o en cine, Las bicicletas son para el verano, de Fernando Fernán Gómez, o reflexionar sobre el sufrimiento contemplando el Guernica, de Pablo Picasso. Como otros vergonzosos episodios de la Historia, como otras guerras siempre injustificadas, aquella tragedia no debe arrinconarse en la memoria y todos hemos de esforzarnos por combatir esa cruel enfermedad llamada “Alzheimer”. Yo quiero contribuir a la causa con este comentario que escribí hace treinta años sobre un cuadro de Dalí. De nuevo el arte como respuesta.

ESTUDIO PARA ESPAÑA

“El movimiento surrealista alcanza su apoteosis en 1938, merced a la gran exposición internacional de esta fecha. Dalí y Gala huyen de los horrores de la Guerra Civil Española. Se instalan en Italia. Y el pintor catalán es fuertemente criticado en los círculos surrealistas (el surrealismo era de izquierda radical en lo que respecta a compromiso político). “La Guerra Civil Española no alteró ninguna de mis ideas. Por el contrario, dotó su evolución de un rigor decisivo. El horror y la aversión a toda clase de revolución tornó en mí una forma casi patológica”. Dalí reconoce que, a partir de ese momento, sus telas se vieron invadidas por la brutalidad monstruosa del conflicto. Su obra, España, sin ir más lejos, suma a la expresividad estética el “repudio a la podredumbre moral” de la guerra.

En este cuadro daliniano aparece una figura femenina cuyo rostro “desaparece”. La cabeza ha sido sustituida, o formada, por una escena de una batalla ecuestre (ver el boceto antes del cuadro). Este combate de caballeros sobre un fondo arenoso monocromo recuerda al fondo inacabado de La Adoración de los Magos, de Leonardo da Vinci, quien pertenece a la pléyade de héroes del Renacimiento admirados por Dalí. Las razones de la elección de Leonardo son evidentes: “Se revela como un innovador auténtico de la pintura paranoica”. Con él comparte el inestable equilibrio entre luz y sombra, el nuevo sentimiento del paisaje, la armonía y la delicadeza con que trata a la figura. Dalí huye, sin embargo, de la composición piramidal de La Gioconda.

En el rostro de mujer y en su actitud apreciamos un tinte melancólico, reflejo de un alma insatisfecha. Esa mujer es España, con África al fondo y un león herido a su lado. Y a ella se aplica lo que el propio Dalí escribió sobre Ofelias y Beatrices: “Existe un esfuerzo doloroso y desfalleciente del cuello por sostener esas cabezas de mujer de ojos cargados de lágrimas consteladas, de espesas cabelleras cargadas de fatiga luminosa y de halos. Existe una laxitud incurable de hombros hundidos bajo el peso de la eclosión de esa legendaria primavera necrofílica de la que Botticelli habló vagamente”.

Dalí aún sigue buscando la realidad en los confines del sueño. “Los desastres de la guerra y revolución en que estaba sumergido mi país contribuyeron sólo a intensificar la completamente inicial violencia de mi pasión estética”. Esclavo de las formas renacentistas, Dalí sabe dar una versión inmóvil y concentrada de ese mundo disperso, donde todo se pierde o se diluye en formas renovadas. “…y mientras mi país interrogaba a la muerte y a la destrucción, yo interrogaba a esta otra esfinge del inminente devenir europeo, la del Renacimiento.”


(De nuevo, gracias, Maryola, por ayudarme a recuperar este texto que no existía digitalmente antes de que tú me lo copiaras)

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