sábado, 10 de marzo de 2012

CAMERÚN: La mezquita de Foumbam

Mezquita central de Foumbam (Camerún).
Foto: Carmen del Puerto.

“París bien vale una misa”. Así de claro lo tuvo Enrique IV de Francia, en el contexto de las llamadas guerras de religión del siglo XVI. Reconocido sólo por los hugonotes, protestantes como él, no contaba con la capital francesa, que profesaba la fe del catolicismo. Para acceder al trono francés de forma pacífica, la Liga Católica, el Papa y Felipe II de España –un poderoso lobby de la época- le impusieron sólo una condición: abjurar del Protestantismo. Y Enrique estaba dispuesto al sacrificio personal. Sería calvinista por dentro, pero católico por fuera. Realismo político lo llaman.

El rey bamún Njoya Ibrahima de Camerún no es que hiciera lo mismo a principios del siglo XX, pero fue adoptando la religión de los pueblos que consideraba más poderosos. Como los Peul vencieron a los Kom y le ayudaron a recuperar su reino, decidió hacerse musulmán como aquéllos. Cuando los alemanes derrotaron a los Peul, pensó adoptar el cristianismo, pero tendría que renunciar a la poligamia y al alcohol. Resolvió entonces crear él mismo –como ya hiciera con la lengua- una nueva religión que reuniera lo mejor del Islam, del cristianismo y del animismo tradicional. A su muerte, dejó 165 viudas, 167 hijos e incontables nietos.

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