domingo, 2 de diciembre de 2012

MEMORIAS GRIEGAS: El encanto veneciano de Nauplia

Islote de Boúrtzi, en Nauplia (Peloponeso, Grecia).
Foto: Carmen del Puerto.

Grecia, siempre en mi memoria. Hoy, ilustrando la entrada número 300 del bazar de la Retórica, una ciudad con encanto, de elegancia decadente: la villa de Nauplia, cerca de Epidauro, en el Peloponeso oriental. Fue la primera capital del país, en el siglo XIX, cuando los griegos se liberaron de los turcos. Allí murió, en 1831, el primer presidente de esa Primera República Helénica, el conde Ioannis Kapodistrias, asesinado por sus rivales políticos.

Nauplia, el orgullo de la Grecia independiente, de mansiones con aromas venecianos y neoclásicos, presume de su estratégico puerto, su refinado casco antiguo, sus floridos balcones y sus recintos fortificados. Uno de ellos, el castillo que flota sobre las aguas del golfo de la Argólida, en el mar Egeo. Los cañones del islote de Boúrtzi protegían de piratas el único paso navegable de la bahía, que se podía cerrar extendiendo una cadena desde la fortaleza a la ciudad.

El nombre de esta bella localidad de la costa griega, donde se bañaba la diosa Hera para renovar su virginidad, deriva de Nauplio, hijo de Poseidón y de la danaide Aminonte. Por sus genéticas dotes de navegante, Nauplio formó parte de la mítica expedición de los Argonautas, pero también se le conoce por ser padre del ingenioso Palamedes, un héroe de infortunado destino.

La venganza del Argonauta

El rey de Ítaca, héroe legendario, protagonista de la Ilíada y personaje central de la Odisea -esposo de Penélope y padre de Telémaco, para más información-, era un cobarde, un envidioso y un embustero. Ulises fingió estar loco sembrando campos de sal cuando fueron a reclutarle para la guerra de Troya que repararía el ultraje del rapto de Helena. Pero Palamedes, de gran sabiduría, puso en evidencia la falsedad de su artimaña colocando ante el arado al hijo recién nacido de aquél. Su reacción demostraría su cordura. El taimado Ulises nunca le perdonó la afrenta. Así que urdió un plan para culpar a Palamedes de haber sido comprado con oro por los troyanos y de traicionar a los suyos, haciendo aparecer una comprometida carta falsificada en su tienda. Como resultado de esa trampa, fue condenado a morir lapidado en una playa troyana a manos de todo el ejército griego, a quien él tanto había aportado, desde la escritura para una contabilidad más equitativa de los alimentos hasta el juego de los dados para matar el aburrimiento cuando no batallaban. El nieto de Neptuno exclamó antes de morir: “¡Oh, Verdad, tu destino me apena! Has muerto antes que yo”.

Entonces, Nauplio el Argonauta decidió vengar a su hijo muerto haciendo naufragar a muchos héroes aqueos que regresaban triunfantes de la guerra. Durante una tempestad, encendió una hoguera en el cabo Cafereo de Eubea, de peligrosos arrecifes, al que acudieron los griegos creyendo que se trataba de un puerto seguro. Pero su venganza fue más allá. Aprovechando la ausencia de sus respectivos hogares, extendió la noticia de que los héroes regresaban de Troya con sus concubinas, lo que incitó a sus mujeres al adulterio. Clitemnestra, por ejemplo, traicionó a Agamenón con Egisto. Sólo Penélope se mantuvo fiel, como nos cuenta Homero. Después, los dioses castigaron a Nauplio, aunque quizá él mismo se dio muerte cuando supo que Ulises se había salvado.

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