lunes, 24 de diciembre de 2012

CUENTO DE NAVIDAD: El sueño de Martina


 El Halászbástya o Bastión de los Pescadores, en la colina de la orilla oeste del Danubio (Budapest, Hungría). 
Foto: Carmen del Puerto.



Nevaba y Martina no podía salir de palacio por orden de su madre, la Reina. Un castigo cruel para su espíritu inquieto. Y todo por un simple resfriado. Los hijos de los súbditos reales estarían lanzándose bolas de nieve y haciendo muñecos con nariz de zanahoria y sombrero, mientras ella permanecía, por ser la heredera de aquel reino, solitaria y encerrada entre murallas y torreones.

Martina no quería ser princesa. ¿Quién había decidido por ella? ¿Por qué no le preguntaron si aspiraba al trono? Ya nadie la llamaba por su nombre, sino “Alteza”. Debía comportarse como una elegante dama, medir sus palabras y vestir trajes ampulosos. No podía hartarse de golosinas, ni tocar la comida con los dedos, ni apoyar los codos en la mesa. Pero lo que más odiaba era tener que aprender tanta cursilería de manual, que sus instructores llamaban “protocolo”, y esperar ansiosa a que un príncipe de sangre azul la desposara algún día.

Sus lágrimas incoercibles la ahogaron en un sueño profundo. Y soñó que viajaba a otro país, lejano y cálido, donde nadie la reverenciaba al verla, donde los niños sonrientes y medio desnudos jugaban con su imaginación y comían con las manos. Allí, el sol habría derretido a los muñecos de nieve, pero en su lugar la arcilla roja y los baobabs brindaban infinitas posibilidades. La niña era muy feliz en aquella república africana, hasta que un día…

Martina despertó y en seguida notó algo extraño a su alrededor. Aquellas no eran las lujosas dependencias de palacio que tanto la oprimían, no había celosos guardias reales custodiando la puerta ni herrumbrosos cerrojos de seguridad que impidieran el paso. Le embargó la alegría perdida, la felicidad soñada. Y, entonces, con gorro, guantes y bufanda, salió del cuento.
 

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