Restos
arqueológicos del Museo de Sitio de Teotihuacán (México).
Foto:
Carmen del Puerto.
Ignoro si a los de la foto los
enterraron vivos, como era costumbre en los sacrificios humanos de muchas
culturas americanas (ver entradas anteriores de este blog). Pero seguro que no se
plantearon dejarles las botas. Raoul Walsh sí lo hizo en 1941 con el General Custer
(alias Errol Flynn) y los 600 soldados del Séptimo de Caballería, que murieron
en Little Big Horn, a manos los 6.000 indios sioux y cheyenes liderados por
Caballo Loco y Toro Sentado, más americanos que aquellos. Una épica película de
un mítico encuentro que ganaron los indios, aunque sin duda fue un éxito
efímero. Los pocos pieles rojas que sobrevivieron acabaron confinados en
reservas, tras ver diezmados sus bisontes y expropiadas sus tierras. Una cruenta
empresa americana con un poderoso móvil económico: la incorporación al circuito
capitalista de cientos de miles de hectáreas de tierras aptas para la
agricultura y la ganadería que confiscaron a los indios, al margen de la fiebre
del oro. De ahí que para consolidar la ocupación del territorio, se adoptara
una política que no tuvo reparos en exterminar físicamente a los naturales del
lugar.
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