Réplica
de Hernán Cortés y Moctezuma en el Museo de Cera de Madrid.
Foto:
Carmen del Puerto.
En 1959, el antropólogo e historiador mexicano Miguel
León-Portilla sorprendió al mundo con su Visión
de los vencidos, una perspectiva
diferente de la conquista de México y de la cultura azteca. Utilizando imágenes
y textos escritos en náhuatl, procedentes de Tenochtitlan, Tlatelolco,
Tetzcoco, Chalco y Tlaxcala, el autor describía el impacto que recibieron los
indígenas ante la llegada de los conquistadores, para contrarrestar la visión
de los indios, como seres bárbaros y primitivos, aportada por las crónicas castellanas.
En ambos casos se contemplaba al “otro” desde la propia visión cultural y
simbólica, aunque en la versión indígena habría que añadir el dolor causado por
la destrucción de su mundo y sus tradiciones.
El siguiente comentario a este libro fue elaborado en
colaboración con mi amiga e historiadora Elena Ferrero de la Mano, a quien
reitero mi gratitud.
Otra forma de hacer Historia. Éste
es el rotundo propósito de Miguel León-Portilla. Y para ello, ayudado de
imágenes y textos náhuatl, nos develará la otra cara del “espejo histórico”, la
vertiente oscura, en oposición al brillante reflejo construido y transmitido
por los vencedores en Tenochtitlan.
Hasta esta obra, la conquista de
México era una gesta castellana, un épico relato en el que revelación, asombro,
estupor e interés parecían sensaciones privativas de los europeos. Nadie se
había detenido a analizar el impacto que, ante la llegada de intrusos, debieron
de experimentar los nativos, probablemente porque muchos cronistas no valoraron
sus sentimientos al considerarlos seres inferiores, primitivos y, por tanto,
carentes de humanidad. Sin embargo, León-Portilla elabora una versión diferente
de los hechos, una nueva perspectiva cuyo objetivo es conceder protagonismo a
la mirada indígena escondida en las imágenes y los textos náhuatl – los códices
testimonian su escritura- que el autor incluye a modo de testimonios
alternativos a la categórica narración elaborada desde Europa y aceptada como verdad
histórica incuestionable.
Gracias al trabajo del autor es
posible concebir una visión completa del aparatoso proceso desencadenado tras el
encuentro entre dos pueblos en apariencia radicalmente distintos y cuyo fatal
desenlace fue la aniquilación casi total de uno de ellos. No resulta un
episodio extraño, hechos similares se produjeron en otros lugares y tiempos,
pero el perfil incorporado por León-Portilla añade elementos inéditos
permitiendo deducir que las supuestas desigualdades, capaces de justificar el
triunfo de la cultura superior sobre la menos evolucionada, según argumentaron
los vencedores, no eran tales.
Ambos contendientes, castellano e
indígena, hacían gala de un poderoso ímpetu conquistador, aquéllos, desde su favorable
situación occidental, habían experimentado los privilegios de la fuerza bruta en
mayor grado y con mejores soportes ideológicos, mientras que los aztecas, a
pequeña escala, también desarrollaron una política de dominio hacia las
comunidades de su alrededor, lo que paradójicamente se les volvería en contra.
Y quizás por este motivo, castellanos e indígenas simulan desde el principio
una entente cordial apoyándose en la diplomacia de los regalos, las adulaciones
y el buen trato, donde los intérpretes Jerónimo de Aguilar y Malintcín tendrán
su papel. No obstante, la valoración del otro y las finalidades pretendidas
resultarán determinantes: frente al deslumbrante aspecto de los recién llegados
se opone el miedo a lo desconocido de los nativos cuya imaginación busca en
ellos deidades comparables (quizá el retorno de Quetzalcóatl) a las que
agasajar para eludir lo inevitable, sin entender que la codicia, el auténtico desencadenante
de la tragedia, crecía ante la inocente respuesta de lo primitivo.
Como buenos luchadores, los
castellanos pretenden debilitar al oponente minando su moral –hubo suicidios- y
deshaciendo hipotéticas alianzas, la exhibición del armamento (la conmoción que
causan los cañones, por ejemplo) o las desconsideradas actitudes hacia los
emisarios revelan que la posibilidad de un pacto no entraba en sus planes, más
bien al contrario. Bajo el necesario impulso moral aportado por la Iglesia en
calidad de proselitismo religioso, se ocultaba el ardor imperialista característico
de las potencias coloniales del momento y los ánimos evangelizadores a duras
penas conseguían ocultar las ansias de obtener riquezas a cualquier precio.
Por el contrario, el indígena
necesita articular una imagen amable de los desconocidos, tal vez para
disimular el terror, y ofrece sus tesoros con la esperanza de ahuyentarlos, aunque,
desconfiado y consciente de su inferioridad, recurre a la magia creyendo que sus
dioses evitarán el desastre. Los relatos náhuatl mezclan realidad y fantasía, a
través de ellos es posible conocer el rico universo material, espiritual y
simbólico azteca integrado por un complejo panteón originariamente mexica que
resultó enriquecido mediante la incorporación de tradiciones propias de otros
pueblos a los que sometieron durante su trayectoria expansiva. Las leyendas
orales, memorizadas y transmitidas de una generación a otra, recreaban el
nacimiento de divinidades, ceremonias y ritos adaptando sus particularidades a
las costumbres y a la mentalidad de los mexicas, igual que la formulación de
presagios servía para anunciar, o en su caso explicar, los insólitos
acontecimientos que alterarán para siempre la cotidianeidad indígena.
Ambos pueblos, castellano e
indígena, habían logrado un alto grado de desarrollo social y económico, aunque
la Historia únicamente detallaba las particulares connotaciones de lo
castellano estimado como el único componente “civilizado”. Pero las fuentes indígenas
muestran que, antes de la llegada europea, la sociedad azteca consiguió
alcanzar un nivel de complejidad similar al experimentado por las comunidades
occidentales, con una fuerte jerarquización piramidal –reflejada en la
indumentaria- que partía de la división estricta de tareas y un sistema
económico perfectamente organizado en torno a las producciones agrícolas, con
sus mercados, y a los botines de guerra. El poder se hallaba en manos de un monarca
cuya figura estaba próxima a la divinidad y en torno a él se estructuraban
diversos grupos con privilegios diferenciales en virtud de la sangre o la
dedicación y a los que consultaba en asambleas. Guerreros, funcionarios y
comerciantes competían en prerrogativas con la nobleza de cuna, mientras
artesanos y campesinos, los estamentos populares, encargados de las labores
básicas, junto al trabajo de siervos y esclavos, soportaban el peso de la
colectividad. La religiosidad impregnaba todos los ámbitos de la vida azteca,
los grandes edificios ceremoniales presidían el centro de la capital,
Tenochtitlan, y el conjunto de sacerdotes gozaba del mismo estatus que los
nobles por su capacidad de movilización en torno a las ceremonias rituales que
se celebraban cada cierto tiempo en honor a un dios. Su fiesta de Tóxcatl,
hasta en fechas según su calendario, se podría comparar con la Pascua de
Resurrección de la religión católica.
Posiblemente esta visión
explique los esfuerzos de Hernán Cortés por impresionar a Motecuhzoma [sic] usando ciertas argucias,
como pactar con el enemigo del enemigo. Fue el caso de los intrigantes y
belicosos tlaxcaltecas, frente a los de Cholula, que no se defendieron de los
castellanos confiando en que lo harían sus dioses. De nada parecían servir el
inesperado ofrecimiento de paz o las apresuradas conversiones al cristianismo
que los indígenas pusieron en práctica como recursos últimos, el interés de los
castellanos se cifraba únicamente en la obtención del oro, aunque no sin
mostrar cierta curiosidad hacia las celebraciones festivas que serán
aprovechadas para terminar, de una vez por todas, con la resistencia indígena.
La recordada “noche triste” es
quizás el episodio más conmovedor de cuantos incluye León-Portilla en este
volumen. Los ataques, las matanzas, los asedios, en definitiva, la violencia
desatada en uno y otro bando, perfectamente descrita con profusión de detalles
macabros, da idea del feroz salvajismo que presidió el desenlace de la
conquista y la destrucción de la cultura azteca.
Las fuentes que maneja
León-Portilla contienen abundante información sobre otros aspectos
fundamentales para conocer la cultura de los mexicas. Por ejemplo, sobre sus
propios recursos naturales, desde los frutos y plantas base de su alimentación
hasta los metales preciosos (oro, esmeraldas, turquesas…) de los delicados
trabajos de orfebrería que tanto asombraron y codiciaron los españoles.
También se detiene en
descripciones físicas y psicológicas tanto de los conquistadores (“dioses” con caras
de cal, cabellos y bigotes amarillos u oscuros... y “divinos sucios”, en
referencia a los negros que los acompañaban) como de los nativos. Así, un
maduro, enjuto y apesadumbrado Motecuhzoma, preocupado por viejos, mujeres
y niños, que ante la amenaza necesitaban abrazarse, también fue capaz de ordenar
matar a las familias de los nigromantes que no supieron dar explicación a los
“presagios”, hoy atribuidos por la ciencia a fenómenos climáticos cíclicos o a eventos
astronómicos, aunque los hombres de dos cabezas fue la fantasía inspirada en
los yelmos de los castellanos. Tampoco mostró piedad con los cautivos que envió
para que con su sangre (los sacrificios humanos estaban a la orden del día) los
supuestos dioses que llegaban por mar se aplacaran, lo que resultó del todo
inútil además de provocar náuseas a tan insignes visitantes. La violencia y la
crueldad se dio en los dos lados, por algo son cualidades innatas del ser
humano.
Los textos náhuatl están llenos de
bellas metáforas, las empleadas por los testigos de una época que en lugar de
barcos en la costa vieron torres o cerros pequeños por encima del mar o que en
lugar de caballos vieron venados, pero sin cuernos, tan altos como los techos
de los palacios.
Una última reflexión nos conduce
a advertir ciertos parecidos con el caso canario, en la medida en que las islas
constituyeron, como lo fuera Andalucía, un ensayo de la política castellana de
aculturación –la conquista fue tanto militar como cultural- que será aplicada
en las recién descubiertas tierras americanas. Ni los intercambios comerciales,
ni los pactos de alianza o las evangelizaciones previas evitaron la percepción
de los isleños como seres inferiores, paganos a los que había que adoctrinar y
civilizar con el fin de encauzarlos por el buen camino. De ahí que la Corona
invirtiera sus empeños en ocupar y someter estos territorios cuyo atractivo
residía, más que en la posibilidad de conseguir materiales valiosos, en su
estratégica posición atlántica, justo en la ruta de los navíos que se dirigían
a las Indias. Y para ello se sirvió de estrategias como la de enfrentar a los
bandos aborígenes, que luego practicaría Cortés en la Nueva España.
La avidez, una vez más, despertó
los afanes imperialistas de la potencia hispana y a pesar de que las
circunstancias fueron aparentemente desiguales, la conclusión viene a ser la
misma. Un pueblo dominó a otro, una cultura se impuso a la otra, una versión de
los hechos pasó a formar parte de la Historia, hasta que la curiosidad y el
rigor de alguno, como es el caso de Miguel León-Portilla, proyectaron la luz hacia
el otro lado del espejo.
Me da risa esa visión muy iberica de las cosas, como si solo dominando a los aztecas, hubiesen conquistado todo México.La verdad es que los españoles abarcaron mucho y apretaron poco...Alguna vez ha leído algo de las guerras chichimecas o como los Mayas soportaron 20 años las incursines hispanas? ...y como al no poder dominar , tuvieron que pactar la paz con otros nativos...La conquista española, no fue más que el enfretamiento de nativos contra nativos a lo largo de 500 años y seguimos igual... Yo le recomendaría que leyera quien fue Miguel Caldera, que fue el que realmente posibilitó la expansión hispana hacia el norte, por cierto el no era español, sino mestizo como yo...o que leyera las rebeliones Mayas con Jacinto Canek y posterior lo que fué la guerra de castas y así muchos movimientos de resistencia y verá como la conquista no fue total, pues los españoles no podian darse abasto y dejaron muchos vacios...
ResponderEliminarhttp://revistadeindias.revistas.csic.es/index.php/revistadeindias/article/viewFile/700/771?origin=publication_detail
http://www.ciesas.edu.mx/desacatos/13%20Indexado/1%20Saberes%203.pdf
http://www.arqueomex.com/S2N3nCastas111.html
saludos