La Puerta del Sol de Tiahuanaco. Fotograma
del documental sobre esta cultura andina de la serie de TVE “El Imperio del
Sol”, escrita, dirigida y presentada por Jiménez del Oso en 1989.
Detalle de La Puerta del Sol con la grieta
provocada por un rayo. Fotograma del documental de TVE “Tiahuanaco”, de Jiménez
del Oso.
Foto con efecto: Carmen del Puerto.
Me fascina la novela
histórica, sobre todo cuando está bien documentada. Las obras sobre el Egipto
Antiguo de Christian Jacq, Yo, Claudio,
de Peter Graves, Los Pilares de la Tierra,
de Ken Follet, o El nombre de la Rosa,
de Umberto Eco, son algunos ejemplos clásicos, todos ellos fieles a sus
respectivas épocas históricas según las críticas académicas. Pero que los
historiadores bendigan una novela (o una película), no es muy frecuente que
digamos. Yo acabo de leer El origen
perdido, de Matilde Asensi, después de haber estudiado la cultura andina de
Tiahanaco. Ahora sé que me podría haber ahorrado muchas lecturas de haber consultado
este libro previamente, tal es la calidad documental de los best seller de la escritora española.
Pero en sus tramas argumentales Asensi termina combinando el rigor histórico
con la fabulación más delirante. Ahora se atreve con Mesoamérica y el oro de
los mexicas en La conjura de Cortés,
que cierra su trilogía Martín Ojo de
Plata y que seguro será otro volumen superventas. Lo leeré confiando en
aprender un poco más de la cultura azteca, aunque el conquistador extremeño
termine siendo un marciano de la Guerra de las Galaxias.
Tiahuanaco es uno de
los lugares más insólitos del continente americano, un rincón de Bolivia
poblado de estatuas de extrañas formas y dotado de un pasado donde algunas
culturas “pudieron regirse por calendarios imposibles, alzando también templos
y altares con una tecnología en apariencia impensable para una cultura de miles
de años de antigüedad”, decía un siempre esotérico Jiménez del Oso que debió de
inspirar a Matilde Asensi.
Tiahuanaco, también llamada Taipicala,
la máxima expresión del antiguo pueblo aymara, fue el lugar donde se inició el
gran culto al Sol, que luego heredaron los incas. Tiahuanaco se halla a casi
4.000 m sobre el nivel del mar y a solo 20 km al sur del Titicaca, el lago
navegable más alto del mundo, en el altiplano boliviano. Dada su altitud, su
paisaje es pobre en vegetación y prácticamente desprovisto de árboles. Las
noches son gélidas, ya que su emplazamiento está rodeado por cumbres de nieves
perpetuas. “Es una tierra inhóspita donde el hombre se ha impuesto a fuerza de
tenacidad”. Por eso sorprenden las construcciones de Tiahuanaco, que tanto
alabó el cronista español Pedro Cieza de León en el siglo XVI. En esta ciudad
del altiplano se levantaron templos monumentales con piedras gigantescas de más
de 100 toneladas extraídas de canteras muy lejanas y cortadas perfectamente
para que encajaran sin necesidad de argamasa, técnica que luego heredaron los
incas.
Fotogramas del documental de TVE “Tiahuanaco”,
de Jiménez del Oso.
De todos los aspectos de la sociedad de
Tiahuanaco, destaca la religión. Un personaje se repite con frecuencia en la piedra
y en la cerámica. Es la figura central de la Puerta del Sol que ilustra esta
entrada, un gigantesco vano monolítico de andesita, de más de 10 toneladas de
peso y casi 4 metros de altura, en cuyo dintel se esculpió la imagen de una
divinidad. Se trata presumiblemente del mítico Viracocha, también llamado el
Dios de las Varas, el más destacado entre los dioses del ámbito andino, con
forma humana y rayos solares terminados en jaguares saliendo de la cabeza.
Esta divinidad y las llamadas Cabezas
Clavas, algunas de aspecto monstruoso, esculpidas en piedra y fijadas en los
muros de Tiahuanaco, guardianas del recinto para ahuyentar a los malos
espíritus o cabezas trofeos de los enemigos, también aparecían en otra cultura
andina: Chavín de Huántar. La influencia de esta cultura preincaica fue
evidente tanto en la sierra como en la costa peruana, siendo Tiahuanaco
testimonio de ello. Ambas fueron centros ceremoniales donde acudían peregrinos
de las aldeas próximas de la región andina para hacer sus ofrendas; luego
regresaban a las poblaciones difundiendo así la cultura que habían conocido. De
la misma forma se hizo sentir la influencia de Tiahuanaco, centro espiritual y
político, hasta en el poderoso Imperio Inca.
Sobre Tiahuanaco, “las interpretaciones
fantasiosas y las escasas excavaciones estratigráficas han hecho que todavía
hoy sean muchos los aspectos desconocidos de esta cultura” (ALCINA FRANCH,
José. Las culturas precolombinas de
América. Alianza. Madrid, 2009. p. 162.). Se necesitan certezas, basadas en la
investigación, dificultada por el fruto de una despiadada aculturación que
reutilizó las piedras de los templos de Tiahuanaco para construir edificios en
La Paz o cimentar las vías de un ferrocarril.
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