Maqueta de la
ciudad de Teotihuacán, en el Museo de Sitio de este yacimiento arqueológico de
México.
Foto:
Carmen del Puerto.
Teotihuacán fue una de las grandes ciudades-estado
mesoamericanas, civilización cenit del Período Clásico (100 a.e. – 750 d.e.),
quizá la más majestuosa de todas, incluso los aztecas quisieron copiarla.
Situada a unos 50 km de la actual capital de México, y con una extensión de
unos 20 km, Teotihuacán fue digna de su nombre “donde los hombres se convierten
en dioses”. La ciudad, que tuvo su apogeo en torno al año 400 d.e., fue
abandonada y así se la encontraron los aztecas en el siglo XIII. La metáfora
más repetida la identifica con la Roma imperial, aunque Teotihuacán fue mucho
más extensa, situada en un valle estratégico que fue creciendo como centro tanto
comercial como ceremonial, para rendir culto a los dioses.
En el inicio de nuestra era, Teotihuacán concentró
la mayor parte de la población de la cuenca de México, donde sólo quedaron
escasas áreas campesinas agrupadas en aldeas y poblados. La afluencia masiva de
gente obligó a que los dirigentes planificaran la ciudad de manera muy
centralizada, mediante dos grandes ejes ortogonales. La “Calzada de los
Muertos”, como la llamaron los aztecas, era el eje principal, de 40 m de ancho,
y corría de sur a norte. El otro eje, orientado de este a oeste y con más de 5
km de longitud, seguía el cauce modificado del río San Juan. Ambos ejes
dividían la ciudad en cuadrantes, haciendo corresponder la imagen urbana a la
superficie terrestre, que tenía como símbolo sagrado la gran flor de cuatro
pétalos. Al mismo tiempo, servían de base a una retícula que ordenaba grandes
manzanas, muchas de ellas de 60 m de lado. Las calles eran rectas y cubrían el
sistema de abastecimiento de agua potable y la red de drenaje y alcantarillado
que descargaba en el río.
Pirámides del
Sol (arriba) y de la Luna (abajo) de Teotihuacán (México).
Fotos:
Carmen del Puerto.
En la Calzada de los Muertos se levantan las dos
grandes pirámides: la del Sol (cuatro cuerpos superpuestos que alcanzan 60 m de
altura) y la de la Luna (cinco cuerpos en talud, 42 m de altura). En la llamada
Ciudadela se encuentra la Pirámide de la Serpiente Emplumada (ver la entrada
sobre la misma en este blog).
La Pirámide del Sol es la mayor estructura del
complejo y la segunda de Mesoamérica, después de la de Cholula, que se erigió
con influencia de Teotihuacán. Tiene una orientación que señala el movimiento
del Sol desde el amanecer hasta el anochecer y también los equinoccios. La
arquitectura de Teotihuacán seguía un orden rígido, bajo el cual la simetría y
las rítmicas repeticiones de los elementos ratificaban la idea de que la ciudad
terrenal era una réplica del arquetipo divino.
Teotihuacán era una ciudad conectada con el Cosmos.
Durante mucho tiempo se pensó en la hegemonía de una supuesta clase sacerdotal
que ejercía funciones políticas y que redistribuía los bienes económicos. Peor
la visión un tanto idílica de un Estado teocrático suponía la ausencia de
coerción militar y de sacrificio humano. Las últimas excavaciones arqueológicas
muestran un panorama muy distinto.
El documental “Teotihuacán, la Pirámide de la
Muerte”, de National Geographic, nos
muestra cómo durante las excavaciones dirigidas por Rubén Cabrera Castro, del
Instituto Nacional de Antropología e Historia de México, y Saburo Sugiyama, de
la Universidad de la Prefectura de Aichi de Japón, se hallaron restos de
hombres y animales que fueron enterrados vivos bajo la Pirámide de la Luna, confirmando
la celebración de sacrificios presenciados por miles de espectadores. Los
sacrificios humanos eran importantes para controlar al pueblo, para persuadirlo
de acatar la voluntad del gobernante. Todas las víctimas eran extranjeras, como
indica el análisis de los huesos y los dientes con incrustaciones de jade y
pirita.
La decadencia de la ciudad fue lenta, hasta su
destrucción “selectiva” por el fuego. Los templos y los edificios públicos, a
lo largo de la Calzada de los Muertos y de la Ciudadela, donde se tomaban las
decisiones, fueron destruidos o desmantelados, y en el emplazamiento de
Teotihuacán no quedó sino una reducida población de unos 25.000 habitantes. En
el documental de National Geographic
se aventura a dar una explicación de cómo pudo desmoronarse una urbe tan
grandiosa. La respuesta está en la propia fama de las pirámides, igual que
sucediera con las ciudades mayas. Aunque los teotihuacanos cultivaron
intensamente las tierras del entorno, no pudieron producir suficiente alimento
para una población tan elevada, que subsistía gracias a los excedentes que
llegaban de toda Mesoamérica. Llegó un momento en que no hubo alimento para
tanta gente, se produjo el “cisma” entre ricos y pobres. Incluso se ha
documentado una huelga de recogida de basura. Y una última catástrofe: la
sequía, que intentaron combatir sacrificando niños.
El fin de esta civilización se produjo por
rebeliones internas de las clases populares ante la crisis de subsistencia y de
la que se culpó a los sacerdotes, al fin y al cabo ellos eran encargados del
cómputo del tiempo y de las bendiciones de los dioses para el inicio de las
cosechas. Pero también porque el poder llegó a su límite de control (dado que
para construir una pirámide como la del Sol se necesitaba una importante fuerza
de trabajo), la concentración de una gran cantidad de población, la alteración
del entorno natural y el resquebrajamiento político y religioso. Nada que no le
pueda pasar a nuestra propia civilización.
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