Cabeza y cuerpo de Pájaro Jaguar IV, el Grande
(709-752), en el yacimiento de Yaxchilán (Chiapas, México).
Foto: Carmen del Puerto.
Una de las estelas de Yaxchilán (Chiapas, México).
Foto: Carmen del Puerto.
Embarcación con el nombre de Pájaro Jaguar IV en aguas
del río Usumacinta (México).
Foto: Carmen del Puerto.
En el interior de
aquel edificio me encontré a Pájaro Jaguar IV decapitado, con las dos partes de
su cuerpo en espacios distintos, como para evitar ser unidas de nuevo. Me tentó
acoplar las dos piezas. No soportaba ver humillado a este “pájaro” que tan hábilmente
manipuló la historia dinástica, reescribiéndola a su manera en estelas y
dinteles hoy bien conservados en Yaxchilán. El susodicho buscaba, como sucede
tantas veces, legitimar su disputado derecho al trono (era lo que tenía no ser
hijo de la esposa principal del rey). Pero no me atreví finalmente. Pensé que
si los arqueólogos no lo habían hecho ya, alguna poderosa razón tendrían. Según
creencias lacandonas (de los indígenas mayas que aún viven en la zona), cuando
la cabeza del rey maya vuelva a su posición original, el mundo será devastado
por los jaguares celestes, que descenderán a la Tierra para comerse a la
humanidad. Y una cosa es reírse de la profecía del 21 de diciembre de 2012 y
otra de los jaguares, más si caen del cielo.
Pintura de un jaguar en una cabaña de la selva de
Palenque (Chiapas, México).
Foto: Carmen del Puerto.
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