La Piedra del
Sol, más conocida con el nombre de Calendario Azteca, actualmente en el Museo
Nacional de Antropología de México. Arriba, ilustración de la piedra que
muestra sus colores originales.
Fotos: Carmen
del Puerto.
La espectacular Piedra del Sol de los aztecas (o mexicas) no es un
calendario, aunque eso se pensó en un principio porque en él aparecían los nombres
de los días y los soles cosmogónicos. Como informa el Museo Nacional de
Antropología de México, que muestra con orgullo este disco de 3,6 m de diámetro,
122 cm de grosor y 24 toneladas de peso, se trata de un gran altar de
sacrificio gladiatorio, donde los prisioneros (y sólo los más valerosos) se
debían enfrentar individualmente a cuatro guerreros aztecas. El pueblo que más
sufrió las consecuencias de esta costumbre fueron los tlaxcaltecas, de ahí que
se aliaran con los conquistadores españoles frente a los mexicas. ¿A qué se
debía el sacrificio diario de prisioneros de guerra?
La respuesta sí está vinculada con el cómputo del tiempo. Los aztecas,
herederos de todas las tradiciones mesoamericanas, también tuvieron los dos
calendarios mayas: el religioso (260 días), que servía sobre todo para que los
sacerdotes escogieran las fechas de los sacrificios, de las fiestas religiosas
y de las batallas, y el solar (365 días), que regulaba la vida agrícola y
civil. El año náhuatl se dividía en 18 meses de 20 días. Los cinco restantes
eran los días aciagos, festivos, durante los que se temía alguna calamidad
natural, como la desaparición del Sol.
El tiempo azteca
también estaba organizado en eras de 52 años. Cada fin de siglo representaba el
momento de la posible destrucción del mundo. Cuando llegaron los españoles, los
mexicas vivían en la era del Quinto Sol, en el 4 Movimiento (c. 1145 d.C.).
Cada una de las eras o soles anteriores (4 Jaguar, 4 Viento, 4 Lluvia y 4 Agua)
había terminado en una catástrofe: ataque de fieras, huracanes, lluvia de fuego,
gran diluvio… El fin de su era iba a ser un inmenso seísmo que los destruiría.
Todo el orden
cósmico y natural de los aztecas dependía de la fuerza de los dioses para
mantenerlo. La ofrenda más importante que podía hacerse para ello, sobre todo
al final de cada ciclo, era la sangre humana. Con el objetivo de obtener
prisioneros para el sacrificio ritual, este pueblo hizo de la guerra su mayor
preocupación. Las víctimas eran colocadas sobre una piedra ceremonial y se les
extraía el corazón con un cuchillo de obsidiana. Éste era ofrecido a los dioses
mientras el cuerpo rodaba por las escaleras del templo, un espectáculo que la
multitud contemplaba extasiada, como los romanos la lucha y muerte de
gladiadores en el Coliseo.
El rostro burlón que nos saca la lengua transformada en cuchilla de
sacrificios es Xiuhtecuhtli, dios del fuego y del día, que emerge del agujero
de la tierra, sujetando un par de corazones humanos. Le rodean los cuatro soles
que antecedieron al Quinto Sol, inscritos a su vez en la secuencia de los 20 glifos
de los días y dos “serpientes de fuego”, cuyas colas se encuentran en la parte
superior. Allí está representado el año 13 caña, que se relaciona tanto con el
año del surgimiento del Quinto Sol, como con la fecha de la construcción del
monolito.
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