Fresco mural del
yacimiento maya de Bonampak, en el estado de Chiapas (México).
Foto:
Carmen del Puerto.
Copia del dintel
24 del Edificio 33 del yacimiento maya de Yaxchilán, en el estado de Chiapas (México).
Original, en el British Museum de Londres.
Foto:
Carmen del Puerto.
Los mayas no eran vampiros ni
masoquistas, pero tampoco hemofóbicos. De los ritos de sangre no se libraba
nadie. Hasta los reyes daban ejemplo con autosacrificios. Después de días de
ayuno y de preparación espiritual, anestesiados con alguna droga, se perforaban
el prepucio con púas de hueso o espinas de mantarraya y derramaban su sangre
sobre cintas de papel. Al quemarse estas cintas, los mayas creían ver a los dioses
en el humo que se elevaba. Los reyes establecían así comunicación mística con la
divinidad.
Se trataba de una práctica ritual
extendida entre los miembros de las élites mayas para cuando querían consagrar
un acontecimiento importante. Se perforaban el pene, los lóbulos de las orejas
y la lengua, con el propósito de que la sangre derramada sirviera de nutriente
a los dioses.
También las mujeres hacían
autosacrificios, entre ellas las esposas del rey. Lo podemos ver en el muro
este del Templo de las Pinturas de Bonampak (primera imagen de esta entrada),
en Chiapas (México). En la escena, una mesa decorada sirve de apoyo a tres
mujeres con túnica blanca que, en presencia de un cortesano arrodillado a la
derecha, se perforan la lengua. También solían perforarse los genitales. Al pie
de la mesa, una mujer sostiene a un niño, supuestamente el heredero del rey
maya Chaan Muan II.
En la segunda imagen, un dintel de
Yaxchilán que los ingleses se llevaron al British Museum dejando una copia en
su lugar, el rey maya Escudo-Jaguar el Grande acepta, bajo la luz de una
antorcha, la ofrenda de sangre de su esposa. La Señora K’abal Xook se atraviesa
la lengua con una cuerda de espinas de obsidiana. Quizá después se puso un
piercing de jade.
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