sábado, 9 de febrero de 2013

“La mar es el mejor camino para un inglés”

Fotografía antigua del muelle Albert Dock de Liverpool. 
Museo Marítimo Merseyside (Liverpool, Reino Unido). 
Foto de foto: Carmen del Puerto.



“Todo mi patrimonio son mis amigos” (frase que hago mía aunque pertenezca a la poeta estadounidense Emily Dickinson). Ellos siempre me enriquecen, algunos especialmente.

Yo tuve un gran amigo fuera de lo común, que me legó más de lo que puedo describir con palabras. Original, sabio, culto, políglota, un mecenas que regalaba prácticos pensamientos filosóficos y los mejores consejos que necesitaras.

Quizá no fuera precisamente un caballero “de fina estampa”, como cantara Chabuca Granda, pero sí todo un gentleman inglés, que ahora recuerdo con el físico y las maneras de un caballero andante de origen manchego. Un hombre auténtico, honesto, noble y sencillo, una especie de la naturaleza en peligro de extinción.

Aun habiendo nacido en su amada Liverpool, no fue un corsario al servicio de la reina de Inglaterra. Quién sabe, tal vez lo hubiera sido de haber vivido en el convulso siglo XVI. Tampoco formó parte de ninguna conocida banda de rock, aunque le gustaba la música clásica y hasta tocó la trompa en una orquesta.

Pródigo en frases que no se olvidan, le gustaba repetir con su flema británica: “La mar es el mejor camino para un inglés”. Su pasión por los barcos hizo que los buscara, con ayuda de “modernas” escafandras, hundidos en el fondo del Océano Atlántico. Allí le esperaban increíbles tesoros: anclas, cañones y ánforas cuyos cuellos cerámicos habían absorbido la sal después de tantos siglos bajo el agua.

Era un jardinero fiel, que amaba a su encantadora esposa, madre de sus tres hijos y quien sólo comía for lunch “la mitad de media galleta”. Para él, en cambio, nada como unas gambas al ajillo y un buen vino. Con el humor que le permitía jugar incluso con un idioma que no era el suyo, a sus resignados amigos nos solía gastar bromas, algunas ácidas y muy elaboradas.

Con edad suficiente para recordar los horrores de la Segunda Guerra Mundial que tanto castigó a su país, sostenía que vivía “de abono”, pues ya había superado la longevidad de su padre. Y, jubilado con anticipación, le gustaba viajar y adquirir a buen precio originales obras de arte, desde una jirafa de madera africana hasta un guerrero de terracota de los emergidos en Xian, ambos a escala real, o casi.

Yo tuve un gran amigo fuera de lo común, que me legó más de lo que puedo describir con palabras. Hoy le añoro y le dedico –se lo debía- esta entrada en el bazar de la Retórica.

“The boxer”, de Simon and Garfunkel, la música que mi especial amigo eligió para su funeral, mezclada de forma divertida con sonidos de trompa no muy melódicos:

http://www.youtube.com/watch?v=HdP3nZMZQbs

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