Foto: Iván Martínez
Dos años de la tragedia de Haití. Doscientos años de la Constitución de las Cortes de Cádiz. Lo primero lo recordamos con indignación por sus 230.000 muertos, sus 500.000 personas sin hogar, la epidemia de cólera y, sobre todo, porque la ayuda prometida por la comunidad internacional no termina de llegar a su destino. Lo segundo lo vamos a celebrar por todo lo grande.
La Española, una de las islas de las Antillas Mayores del Caribe, que fue el primer asentamiento europeo en América, hoy cobija dos estados soberanos: la República Dominicana y Haití, que en términos coloniales fueron Santo Domingo y Saint-Dominque, respectivamente. Bartolomé de las Casas y otros documentaron que la isla fue llamada Haití (“Tierra montañosa”) por los taínos, sus primeros pobladores, aunque después se matizó que sólo se llamaba así la parte más occidental.
Y por toda esta confusa terminología, me vienen a la memoria dos acuerdos de Paz, el Tratado de Rijswijk (Países Bajos) de 1697, al finalizar la Guerra de los Nueve Años entre Francia y Gran Bretaña, por la que el primero obtuvo de España, entre otros territorios, la parte de La Española más occidental (Haití) a cambio de recuperar Cataluña. Posteriormente, en la Paz de Basilea (Suiza) de 1795, España cedió a Francia su parte de la isla de Santo Domingo y ciertas ventajas económicas a cambio de la retirada francesa de los territorios peninsulares conquistados. Fue así como la mayor parte de La Española se convirtió en la moneda de cambio con que Manuel Godoy, un personaje de novela, pagó a la Convención francesa por recuperar Guipúzcoa. Dicen que fue un mal negocio porque en aquel momento la isla antillana era potencia mundial en la producción de azúcar.
No sé, pero intuyo que la Francia colonial y el Príncipe de la Paz y Duque de Alcudia Manuel Godoy y Álvarez de Faria tuvieron, aunque remota, alguna responsabilidad en la tragedia de Haití. Este país ya era el más pobre de América, con varios golpes de Estado en su historia, cuando fue asolada por el salvaje terremoto del 12 de enero de 2010, con el epicentro en Puerto Príncipe, la capital. Una catástrofe natural que dejaba pequeña aquella otra de 1972, cuando Managua, la capital de Nicaragua, también fue destruida por un seísmo de gran magnitud.
No he leído literatura haitiana, pero recuerdo con placer la novela Tú, la oscuridad, de la cubana Mayra Montero, en la que un herpetólogo (experto en ranas y sapos) busca en Haití una rana roja en extinción, que probablemente ya no encontraría.
La Española, una de las islas de las Antillas Mayores del Caribe, que fue el primer asentamiento europeo en América, hoy cobija dos estados soberanos: la República Dominicana y Haití, que en términos coloniales fueron Santo Domingo y Saint-Dominque, respectivamente. Bartolomé de las Casas y otros documentaron que la isla fue llamada Haití (“Tierra montañosa”) por los taínos, sus primeros pobladores, aunque después se matizó que sólo se llamaba así la parte más occidental.
Y por toda esta confusa terminología, me vienen a la memoria dos acuerdos de Paz, el Tratado de Rijswijk (Países Bajos) de 1697, al finalizar la Guerra de los Nueve Años entre Francia y Gran Bretaña, por la que el primero obtuvo de España, entre otros territorios, la parte de La Española más occidental (Haití) a cambio de recuperar Cataluña. Posteriormente, en la Paz de Basilea (Suiza) de 1795, España cedió a Francia su parte de la isla de Santo Domingo y ciertas ventajas económicas a cambio de la retirada francesa de los territorios peninsulares conquistados. Fue así como la mayor parte de La Española se convirtió en la moneda de cambio con que Manuel Godoy, un personaje de novela, pagó a la Convención francesa por recuperar Guipúzcoa. Dicen que fue un mal negocio porque en aquel momento la isla antillana era potencia mundial en la producción de azúcar.
No sé, pero intuyo que la Francia colonial y el Príncipe de la Paz y Duque de Alcudia Manuel Godoy y Álvarez de Faria tuvieron, aunque remota, alguna responsabilidad en la tragedia de Haití. Este país ya era el más pobre de América, con varios golpes de Estado en su historia, cuando fue asolada por el salvaje terremoto del 12 de enero de 2010, con el epicentro en Puerto Príncipe, la capital. Una catástrofe natural que dejaba pequeña aquella otra de 1972, cuando Managua, la capital de Nicaragua, también fue destruida por un seísmo de gran magnitud.
No he leído literatura haitiana, pero recuerdo con placer la novela Tú, la oscuridad, de la cubana Mayra Montero, en la que un herpetólogo (experto en ranas y sapos) busca en Haití una rana roja en extinción, que probablemente ya no encontraría.
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