Nube que dejó la desintegración del Challenger poco después de su lanzamiento en 1986.
Fuente: NASA.
Fuente: NASA.
Trabajaba en la redacción de un periódico. Escribía noticias para el recién creado suplemento de ciencia, una novedad introducida en la década de los ochenta en todos los diarios de gran tirada. El lanzamiento del transbordador Challenger desde el Centro Espacial Kennedy en Florida (EEUU) estaba previsto, tras sucesivos retrasos, para el 28 de enero, a las 11:38 hora local (16:38 UTC, hora canaria, una hora más en la Península). Pero éste no sería un lanzamiento rutinario. No por la misión en sí –poner en órbita un satélite de comunicaciones-, sino por los miembros de su tripulación. Uno de los siete astronautas que posaron para la foto con sus trajes azules de vuelo era una profesora de Secundaria, el primer ciudadano de a pie que viajaría al espacio y que impartiría clases en órbita. Recuerdo haber fantaseado ese día con la posibilidad de viajar al espacio, dado que en un vuelo posterior de la NASA estaba previsto incluir un periodista. La participación de civiles en las misiones espaciales había sido una propuesta del entonces presidente Ronald Reagan, para demostrar -¡qué ironía!- la seguridad de la astronáutica norteamericana.
A los 73 segundos del despegue, cientos de toneladas de combustible líquido envolvieron al transbordador en una bola de fuego. La nave se desintegró en el aire, aunque posiblemente los astronautas siguieron aún con vida hasta que la cabina de la nave impactó en aguas del Océano Atlántico a más de 300 kilómetros por hora. Primero lo oímos en las noticias y luego lo vimos retransmitido por televisión, y todos nos quedamos mudos de espanto. Me imagino el horror que sintieron los alumnos de New Hampshire que seguían el lanzamiento así como la angustia de los familiares que lo presenciaron desde Cabo Cañaveral.
Una mañana demasiado fría, que no se tuvo en cuenta, el mal funcionamiento de las juntas tóricas, sabido con antelación, una gestión incompetente… un cúmulo de errores que, en cualquier caso, contribuyeron a la tragedia. Y es que para mantener el ritmo de lanzamientos, a menudo –he leído- los directivos de la NASA ignoraban las normas de seguridad.
Dice una leyenda que el cisne, símbolo de armonía y belleza, emite el más melodioso de los cantos como premonición de su propia muerte. Aunque en realidad es un ave con limitadas capacidades sonoras, el gran Leonardo da Vinci también dejó escrito: “El cisne es blanco, sin ninguna mancha, y canta dulcemente antes de morir; ese canto pone fin a su vida.”. Y un cisne me recuerda la imagen que en el cielo nos dejó el accidente del Challenger, una catástrofe evitable, como ahora sabemos. Ya lo insinuó el Premio Nobel de Física Richard Feynman cuando formó parte de la comisión que investigó el desastre.
Éste es mi homenaje a los astronautas Francis Richard Scobee; Michael John Smith, Ronald McNair, Ellison Shoji Onizuka; Gregory Jarvis, Judith Arlene Resnik y Sharon Christa McAuliffe, que extiendo a todos los que han dejado su vida en la conquista del espacio.
Reportaje de "Informe Semanal", en RTVE, con motivo del 25 aniversario de la tragedia:
A los 73 segundos del despegue, cientos de toneladas de combustible líquido envolvieron al transbordador en una bola de fuego. La nave se desintegró en el aire, aunque posiblemente los astronautas siguieron aún con vida hasta que la cabina de la nave impactó en aguas del Océano Atlántico a más de 300 kilómetros por hora. Primero lo oímos en las noticias y luego lo vimos retransmitido por televisión, y todos nos quedamos mudos de espanto. Me imagino el horror que sintieron los alumnos de New Hampshire que seguían el lanzamiento así como la angustia de los familiares que lo presenciaron desde Cabo Cañaveral.
Una mañana demasiado fría, que no se tuvo en cuenta, el mal funcionamiento de las juntas tóricas, sabido con antelación, una gestión incompetente… un cúmulo de errores que, en cualquier caso, contribuyeron a la tragedia. Y es que para mantener el ritmo de lanzamientos, a menudo –he leído- los directivos de la NASA ignoraban las normas de seguridad.
Dice una leyenda que el cisne, símbolo de armonía y belleza, emite el más melodioso de los cantos como premonición de su propia muerte. Aunque en realidad es un ave con limitadas capacidades sonoras, el gran Leonardo da Vinci también dejó escrito: “El cisne es blanco, sin ninguna mancha, y canta dulcemente antes de morir; ese canto pone fin a su vida.”. Y un cisne me recuerda la imagen que en el cielo nos dejó el accidente del Challenger, una catástrofe evitable, como ahora sabemos. Ya lo insinuó el Premio Nobel de Física Richard Feynman cuando formó parte de la comisión que investigó el desastre.
Éste es mi homenaje a los astronautas Francis Richard Scobee; Michael John Smith, Ronald McNair, Ellison Shoji Onizuka; Gregory Jarvis, Judith Arlene Resnik y Sharon Christa McAuliffe, que extiendo a todos los que han dejado su vida en la conquista del espacio.
Reportaje de "Informe Semanal", en RTVE, con motivo del 25 aniversario de la tragedia:
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