Foto: Carmen del Puerto.
Maroua (Camerún), 24/03/2006.
Maroua (Camerún), 24/03/2006.
No voy a destapar una trama internacional de corrupción, burocracia y acciones lucrativas de la poderosa industria farmacéutica en Nigeria, ni a escribir sobre ello como lo hizo John Le Carré en 2001 para inspirar después una magnífica película (The Constant Gardener o El jardinero fiel, con Ralph Fiennes y Rachel Weisz). No voy a denunciar que el 90% del presupuesto dedicado por los grandes laboratorios farmacéuticos a la investigación y al desarrollo de nuevos medicamentos esté destinado a enfermedades que padece sólo el 10% de la población mundial, negocio mucho más rentable que combatir las enfermedades que asolan continentes como el africano. No voy a atribuir a las multinacionales del sector una responsabilidad que, seguramente, en rigor, no les corresponda y que, en cualquier caso, debe ser compartida con los gobiernos corruptos de muchos países y con los que sólo aportan su abominable indolencia. Afortunadamente, también hay quien lucha por la libre elaboración de genéricos, por la eliminación de las patentes, por un fácil acceso de los países pobres a los medicamentos y por el fin en ellos de calamidades como el sida o la malaria. Una farmacia ambulante bien equipada debería poder llegar en bicicleta a cualquier rincón del mundo que lo necesitara.
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