La
tumba de Solimán el Magnífico en el recinto de la mezquita que lleva su nombre.
Foto: Marta Lorena García Alonso.
Solimán o Süleymán I
(1494-1566) era el hijo (el único superviviente) del terrible Selim I, quien se
había anexionado Persia, Kurdistán, Alta Mesopotamia, Siria y Egipto. El
reinado de Solimán (1520-1566) fue el más largo de la dinastía otomana y el de
mayor extensión geográfica. Aplastó la rebelión siria, tomó Belgrado, conquistó
Rodas, anexionó Hungría, asedió Viena y ocupó Tabriz y Bagdad. Fue derrotado en
Viena y en Malta. A su muerte, durante un asedio en Hungría, el Imperio Otomano
controlaba gran parte de los Balcanes, el norte de África y Oriente Próximo, y
era el poder dominante en el mar Mediterráneo, después de que Solimán se enfrentara a Carlos V, el otro emperador de entonces.
Este sultán legó una
herencia inmensa en el terreno jurídico: como hizo en su momento Justiniano,
unificó la legislación de su imperio, hasta el punto de que, en tierras del
Islam, lleva el título de Solimán el Legislador (Kanuni), en lugar de Solimán
el Magnífico, apelativo que se le da en Occidente por su poder y por la
opulencia de su palacio, el Topkapi Sarayi, que impresionaba por el esplendor
de sus alfombras de seda, los vitrales y los complicados dibujos de los
azulejos que decoraban sus paredes y techos.
Solimán convirtió
Estambul en un centro intelectual. En el plano artístico, su reinado estuvo
marcado por un extraordinario florecimiento de monumentos grandiosos y
perfectos, que encargará a su arquitecto imperial: Sinán. El encuentro entre
Solimán y Sinán renovará el lenguaje arquitectónico y hará que surja una
concepción completamente nueva de la mezquita otomana. Es una época en la que
la influencia del arte italiano (Miguel Ángel, Giulio Romano, Vignola y
Palladio) llega hasta tierras del Imperio Otomano.
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