Detalle de El baño turco (1862), de Dominique Ingres, en el Museo del Louvre, París.
Foto: Carmen del Puerto.
Quizá muy pocos conozcan la conexión entre Ray Bradbury y Hugh Hefner, además de su nacionalidad estadounidense, o mejor entre la novela Fahrenheit 451 (adaptada al cine por Francois Truffaut en 1966) y la revista americana “para adultos” Playboy. Cuando el ahora conocido escritor de ciencia ficción paseó sin mucho éxito su novela por distintas editoriales, fue el fundador de la revista porno de mayor tirada quien se ofreció a publicarla por entregas en 1954. A partir de entonces, literatura, periodismo e ilustraciones de calidad compartieron espacio en la revista con desnudos femeninos. El primero de ellos, el de Marilyn Monroe sobre una manta de terciopelo rojo que apareció como desplegable en sus páginas centrales.
Pero aún hubo otra conexión. El papel de los libros se inflama y arde a 451 grados Fahrenheit, temperatura equivalente a 233 grados centígrados. La revista Playboy, con sus ardientes mujeres desnudas, elevaba la temperatura de algunos hombres necesitados de estímulos visuales para satisfacer sus fantasías masturbatorias o para combatir una posible disfunción eréctil. “Bombero, apágame este fuego”, insinuaban aquellos eróticos cuerpos femeninos de formas tan voluptuosas.
Hefner, siempre rodeado de un harén de “conejitas” y con su inseparable pipa, abandera una causa que simboliza un evidente retroceso en la lucha por los derechos de la mujer. En su revista “para adultos” –eufemismo para entrar en la categoría de lo políticamente correcto-, las mujeres aparecen deshumanizadas, reducidas a animales literalmente. Playboy perpetúa el estereotipo de mujer consumible.
Por ello cuesta creer –aunque sea cierto- que el fundador de una revista tan machista haya sido un pionero en la defensa de los derechos de las minorías norteamericanas (negros, homosexuales…) cuando aún existía segregación en la gran democracia mundial. También sorprende que haya promocionado el jazz como género musical cuando todavía era considerada “la música de los salvajes”, en alusión a su origen afroamericano. Admira que Hefner se enfrentara con valentía al senador McCarthy y a su caza de brujas o cruzada anticomunista en los años 50, que tanto persiguió a guionistas de cine y escritores norteamericanos. Asimismo, asombra que defendiera en los sesenta el movimiento pacifista y lanzara mensajes contra las intervenciones norteamericanas en el extranjero, en plena guerra de Vietnam.
Pero lo que más cuesta imaginar, por lo paradójico, es que el playboy por antonomasia, tan criticado por el movimiento feminista, aunque muy censurado a su vez por el sector más conservador y religioso de EEUU, también haya sido, en el marco de su particular revolución sexual, un reconocido activista por la liberación de la mujer en materia de anticonceptivos y aborto. Joan Baez tampoco se explicaba qué hacía ella cantando en el show televisivo Playboy’s Penthouse de tan desconcertante editor.
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