Pintura en una exposición de arte contemporáneo en Rabat (Marruecos).
Foto: Carmen del Puerto.
Pablo Neruda era un seudónimo, porque en realidad se llamaba Ricardo Eliecer Neftalí Reyes Basoalto. ¿Por qué ese nombre artístico? No está muy claro. Tampoco sabemos si el Premio Nobel de Literatura de 1971 fue envenado cuando estaba a punto de exiliarse en México, pocos días después del golpe militar de Augusto Pinochet. Su osadía había llegado muy lejos, pues ya en 1939 el poeta chileno de credo comunista rescató a 2.200 republicanos españoles refugiados en campos de concentración franceses tras la llegada de Franco al poder. En septiembre de aquel año, los inmigrantes españoles que en agosto subieron al carguero francés “Winnipeg” por iniciativa diplomática de Neruda, que había sido cónsul en Madrid, pudieron desembarcar en el puerto de Valparaíso y comenzar una nueva vida en tierras chilenas. Pero si hoy recuerdo al poeta que coleccionaba caracolas compulsivamente y confesaba haber vivido no es por aquella acción humanitaria, ni porque escribiera los versos más tristes, veinte poemas de amor y una canción desesperada, sino porque también dedicó una sensual oda al vino.
“ODA AL VINO” (fragmentos)
Vino color de día,
vino color de noche,
vino con pies de púrpura
o sangre de topacio,
vino,
estrellado hijo
de la tierra,
vino, liso
como una espada de oro,
suave
como un desordenado terciopelo,
vino encaracolado
y suspendido,
amoroso,
marino,
nunca has cabido en una copa,
en un canto, en un hombre,
coral, gregario eres,
y cuando menos, mutuo.
…
El vino
mueve la primavera,
crece como una planta la alegría,
caen muros,
peñascos,
se cierran los abismos,
nace el canto.
…
Amor mío, de pronto
tu cadera
es la curva colmada
de la copa,
tu pecho es el racimo,
la luz del alcohol tu cabellera,
las uvas tus pezones,
tu ombligo sello puro
estampado en tu vientre de vasija,
y tu amor la cascada
de vino inextinguible,
la claridad que cae en mis sentidos,
el esplendor terrestre de la vida.
…
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