Dánae y la lluvia dorada (1544), de Tiziano Vecellio, en la Galleria Nazionale di Capodimonti (Nápoles, Italia).
Foto: Carmen del Puerto.
Dánae recibiendo la lluvia (1553), de Tiziano Vecellio, en el Museo Nacional del Prado (Madrid).
Dánae (1907-1908), de Gustav Klimt, en el Leopoldmuseum de Viena (Austria).
No hablo de yogures, sino de un personaje mitológico que ya aparece en la Ilíada, aunque fue el poeta Horacio quien lo popularizó en versión romana, con Júpiter reemplazando a Zeus y Eros dando paso a Cupido. Todo esto ya lo conté en la entrevista vinculada a la entrada “Desnudando a Dánae”, la de Rembrandt, aunque han sido muchos otros los que se han atrevido a pintarla con mayor o menor dosis de erotismo, como Tiziano, que la retrató varias veces, o Klimt (obsérvese la expresión onírica y orgásmica de la Dánae austriaca).
Para una mejor compresión de las imágenes, recuerdo aquí de nuevo el mito de Dánae, que comienza cuando el Oráculo de Apolo vaticina a su padre Acrisio, rey de Argos, que éste moriría a manos de uno de sus nietos. Para evitar que esta amenaza se cumpliera, Acrisio encerró a su única hija, Dánae, en una torre de bronce inaccesible, custodiada por una anciana. Pero la belleza de la joven atrajo a Zeus, quien esclavo de sus instintos la sedujo convertido en una fina lluvia de oro.
De la unión nació Perseo, y Acrisio, al enterarse, encerró a su hija y a su nieto en una caja de madera hermética que arrojó al mar. La suerte hizo que un pescador los recogiera en la costa de la isla griega de Sérifos. Allí, el rey Polidectes esclavizó a Dánae y entregó el niño a los sacerdotes del templo de Atenea.
Perseo se convirtió pronto en un personaje de leyenda protegido de los dioses y odiado por Polidectes, que le enviaba a misiones peligrosas, como enfrentarse a la mortífera górgona Medusa, de cabellos de serpiente. Con ayuda del escudo de Atenea utilizado a modo de espejo, Perseo cortó la cabeza de Medusa. Ésta era una de las tres hermanas Górgonas, tan horrible que convertía en piedra a cualquiera que osara mirarla. Precisamente gracias a ella, Perseo pudo librar a Andrómeda del monstruo marino. El héroe regresó a Sérifos para liberar a su madre de Polidectes, a quien dio muerte. Por su parte, Acrisio quiso reconciliarse con su nieto, pero con tan mala suerte que resultó muerto accidentalmente por un disco que Perseo lanzó durante la celebración de unos juegos deportivos. Se cumplía así la inexorable profecía del oráculo.
Muchos de los personajes de esta leyenda tienen un espacio propio en el cielo: Perseo, Andrómeda, Casiopea, Cefeo, la Ballena y Pegaso.
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