Mujer mbororó de Camerún.
Foto: Carmen del Puerto.
Los mbororó son una etnia africana de pastores nómadas, de creencias animistas, aun practicando el Islam, y en conflicto permanente –al menos en el pasado- con otras etnias agricultoras y cristianas. Como los pigmeos, son marginados en Camerún por mantenerse fieles a sus tradiciones ancestrales. Sus mujeres presumen de sus escarificaciones faciales, marcas producidas por cortes con cuchillas y cubiertas con pigmentos azulados que resaltan en su piel negra. Huyen de posar ante las cámaras digitales debido, en parte, al celo de sus hombres, que han de pagar grandes sumas de dote por ellas. La joven madre mbororó de esta entrada luce orgullosa las cicatrices de su frente. Me crucé con ella en la carretera del poblado de Mbé, cerca del Parque Nacional camerunés de La Benoué, y tuve que pagar su sonrisa con francos CFA.
Tatuajes permanentes, perforaciones cutáneas (piercings), escarificaciones… ¿Es arte? ¿Es belleza? ¿Es tradición? ¿Es moda? ¿Es barbarie? Sabemos que hombres y mujeres de todos los tiempos y culturas han decorado su cuerpo de distintas maneras y por distintas razones. Sabemos que esta ornamentación corporal, marcas tribales en origen, sirve para identificar colectivos y rangos sociales. Y sabemos, también, que tales prácticas expresan y perpetúan roles de género discriminatorios: símbolos de fuerza en ellos y de belleza en ellas.
Pero, por encima de estas consideraciones y al margen de mi postura personal al respecto, creo que no se insiste lo suficiente en los riesgos sanitarios de romper la barrera natural del cuerpo, de exponer piel y mucosas, especialmente de determinadas zonas –oreja, nariz, labios, lengua, ombligo, genitales…- a infecciones bacterianas o víricas. Desde reacciones cutáneas y alergias, al contagio de enfermedades como tuberculosis, tétanos, sífilis, hepatitis e incluso VIH. Es más, ante el temor de que el pigmento de un tatuaje entre en contacto con la sangre o con la médula, no se podrá administrar anestesia epidural, tan utilizada en partos y otras intervenciones, a personas con tatuajes en la zona lumbar.
Sabiendo esto, al menos confío en que si las personas libremente optan por someterse a estas “servidumbres” de la moda, al menos lo hagan tomando todas las medidas higiénicas posibles, y que, en el caso de los tatuajes, por aquello del arrepentimiento y de los potenciales problemas psicosociales, usen, como marca la ley, pigmentos biodegradables, que desaparecen al cabo de los años.
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