Los tacones imposibles de Alexander McQueen, diseñador británico fallecido en 2010.
POR LAURA PDP
Cuando estudiaba Bellas Artes, los profesores de pintura nos decían que la imitación era la mejor forma de admiración. Que lo importante era empapar tu cabeza de imágenes de otros artistas, no sólo para conocer su obra, sino para intentar trabajar como ellos. “Hoy en día, ya todo está inventado”, insistían. Ahora que invierto mi tiempo en el diseño de moda, nos cuentan la misma historia. Nos desmotivan con la idea de que no vamos a crear nada nuevo, de que sobre todo italianos e ingleses ya lo han hecho. Cierto es que ya existen todos los patrones “base” posibles. Desde que en el siglo XVII, por los encargos que se hacían de corsés, los sastres se dieron cuenta de que la gente podía dividirse en varios tipos de cuerpos y que podían vestirlos siguiendo unas pocas reglas de proporción. Estos moldes o plantillas que se crearon entonces son los mismos que se siguen usando hoy, aunque con sus pertinentes transformaciones. Quizá sea este el motivo de que las colecciones sean cada vez más estrambóticas, no por ello peores. Ya no es un “boom” encontrar una prenda que libere a la mujer del corsé, como hizo Paul Poiret, ni que la haga más sexy, más elegante… Y “el cliente” parece haber pasado a un segundo término, siendo los diseños creados con el fin de hacer destacar, más aún, a su célebre diseñador. Se agotan las ideas, se vuelve a los años 70, se reinventan prendas olvidadas, aquellas que dijiste que nunca más volverías a ponerte. Se mezclan tejidos, colores y formas, ya no hay tópicos de qué “pega” y qué no “pega”. Si ha desfilado en pasarela y lo firma tal persona con nombre importante, es MODA. Soy la primera fashion victim, la primera que adora, por ejemplo, los tacones imposibles del difunto Mcqueen, pues para ir más cómoda ya existen unos sencillos tacones de salón. La moda ha evolucionado. Ya no responde a una mera necesidad básica y, en la actualidad, se vincula más con el arte. Antes, los sastres cosían vestidos. Ahora, los diseñadores esculpen prendas casi arquitectónicas, confeccionan cuadros y buscan la mejor paleta de color para distinguirse en cada temporada. Compitiendo en la pasarela, ya no hay límites.
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