Cuento de divulgación científica con una niña y una estrella de mar como personajes que establecen una tierna relación de amistad. Un recurso para expresar un mensaje solidario y, simultáneamente, hacer divulgación de la Astronomía y de la Biología Marina.
Fotos: Ricardo Porras.
Era un día de lluvia y sol, con un espléndido arco iris sobre las montañas. No había colegio y los niños, amantes de lo prohibido, jugaban en la calle a pisar los charcos. Se acercaba la hora de comer y fue entonces cuando Maryola vio una estrella de mar que agonizaba en el suelo. Su aspecto no era muy bueno. Había perdido el color, seguramente escarlata en algún momento de su vida. Y sus cinco puntas apenas recordaban la simetría de su especie.
- Pobre estrellita de mar, ¿qué te ha sucedido?- preguntó Maryola, angustiada por el sufrimiento ajeno que percibía.
- Yo naufragar- respondió con dificultad el maltrecho equinodermo, sin levantar la mirada.
- ¿Y vienes de muy lejos?- preguntó de nuevo la niña, intuyendo que, por su acento, aquella estrella era extranjera.
- Sí, yo venir del otro lado- y la estrella suspiró con languidez entrecortada.
Maryola quiso seguir interrogando al pobre animal. Pero no fue necesario porque la estrella, esforzándose lo que pudo por hablar, empezó a contarle su triste historia y la de muchos otros como ella:
- Donde yo vivir –dijo-, el mar estar contaminado y no haber comida. Yo pensar que, en esta isla, las cosas ser diferentes y que alguien ayudar a mí... Pero la marea arrojar estrella a la arena, allí alguien pisar uno de mis radios y después lanzar contra roca. Aquel hombre gritar en la playa muy enfadado: “¿Por qué tenéis que venir siempre a esta orilla?”.
El amargo recuerdo hizo callar a la estrella, que no pudo contener sus lágrimas aún llenas de sal.
- Lo siento de verdad, estrellita, pero no pienses que todo el mundo es así –observó la niña, para tranquilizarla-. Incluso esas personas no son tan malas como parecen- añadió con su ternura infantil.
- Yo querer haber sido una estrella de cine o una estrella del cielo, seguro tener mejor suerte.
A Maryola le costaba disimular su tristeza. ¡Qué legítimos eran los sueños de aquella estrella moribunda! ¡Y qué injusto reparto de la fortuna! Unos, disfrutando del estrellato; otros, estrellándose contra el suelo. Y pensando en la adversidad y en cómo animar a su amiga, la niña tuvo una magnífica idea.
- Quizá, si supieras algo de Astronomía, podrías cambiar tu destino.
- Yo no creer en los horóscopos-, protestó malhumorada la estrella.
- Yo tampoco, pero no me has entendido- replicó Maryola, dispuesta a no rendirse. - Si quieres ser un astro y deslumbrar, primero tendrás que estudiar un poco. Por ejemplo, ¿a que no sabes por qué son redondas las estrellas del cielo?
Y sin esperar respuesta, Maryola resolvió:
- Porque son unas presumidas y no pueden resistir mirarse el ombligo.
La estrella de mar, que no estaba muy segura de haber entendido aquella explicación, repitió asombrada:
- ¿El ombligo?- Y se miró el suyo de reojo.
- Sí, porque quieren estar lo más cerca posible del centro y, al intentarlo con todo su cuerpo, se hacen una bolita- razonó la niña. -Es un problema de gravedad- añadió. Y Maryola se echó a reír.
La estrella de mar, aunque nada convencida, también sonrió tímidamente. Con aquella dulce niña y su disparatada conversación empezaba a sentirse mejor y con ganas de vivir. Poco a poco iba recuperando su intenso color rojo y en sus brazos, los cinco que por naturaleza le correspondían, ya se advertía una musculatura incipiente.
- ¿Y haber muchos tipos de estrellas?- preguntó con curiosidad científica.
- ¡Claro! –contestó Maryola-. Las hay normalitas, como Marisol, la que nos alumbra durante el día, y otras más excéntricas, como la señora Eta Carinae, que cambia de brillo bruscamente y se comporta de un modo muy extraño. Hay estrellas blancas muy brillantes, como doña Sirio; gigantes rojas, como la señorita Betelgeuse o Miss Aldebarán, y estrellas azules recién nacidas: las hermanas Pléyades son muy famosas...- Y añadió con un guiño: -Las siete cabrillas, como las llaman los pastores. También pueden estar muy cerca o muy lejos, y algunas no se dejan ver por vergüenza. Si quieres, a la noche, las contamos. Te apuesto a que nos salen más de mil y, con un telescopio, millones…
Entonces Maryola se interrumpió. Había tenido otra idea “brillante” y, excitada, dijo a la estrella:
- Mis padres y yo tenemos muchos amigos astrónomos. Con su ayuda, te subiremos al cielo y allí recuperarás tu esplendor, aunque parezcas diferente, aunque no seas redonda como las demás estrellas.
- ¿Y seguro que no echarme de allí?- insistió con recelo la estrella de mar, sin creer aún en el futuro del que hablaba la niña y sin contagiarse completamente de su entusiasmo.
Pero Maryola respondió con firmeza:
- Te prometo que nadie te borrará del firmamento, porque aquí, donde yo vivo, las estrellas están protegidas por ley para que nunca dejen de brillar.
EPÍLOGO
Y así fue como al-Dabih (“estrella de la suerte”, en árabe) se instaló para siempre en la constelación de Capricornio, ¿o fue Sirrah, el “ombligo” de Andrómeda?
- ¡No, mira, mami, allí está!- exclamó mi hija Maryola, señalando un punto luminoso sobre el horizonte, el más alto del cielo. ¿Acaso no ves cómo brilla la Estrella Polar?
…Y aquella estrella de mar subió al cielo para quedarse.
Fotocomposición: Carmen del Puerto.
Tuve la suerte de leer este cuento cuando era un manuscrito. Ilustrado, es aún mejor.
ResponderEliminarNose porque? Pero me siento ide tificada con esta estrella MPP
ResponderEliminarUna aclaración: el comentario anterior salió de mi ordenador, y se me atribuye por error, pero es de MPP.
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