Las dos Fridas, de Frida Khalo. Museo de Arte Moderno de Ciudad de México.
Foto: Carmen del Puerto.
México D.F. (México), 06/07/2011
Mujeres que sufren hay muchas en el mundo, también en México. Mujeres que son salvajemente torturadas y degolladas por psicópatas que matan impunemente, como en Ciudad Juárez, en el estado de Chihuahua. Mujeres que han de viajar en vagones de metro reservados para ellas a salvo de un libidinoso resabio machista, como en Distrito Federal. Mujeres indígenas que, a pesar de su lucha (y de vender hermosos huipiles en los mercados de Chiapas), siguen siendo las más excluidas de los excluidos y objeto de una triple discriminación: de clase, de etnia y de género.
Frida Khalo también sufrió y así lo expresaba en sus pinturas, de iconografía no siempre políticamente correcta. Suerte que hoy conozcamos a la artista mexicana por la calidad de su obra y por su modernidad intelectual, aunque resulta difícil valorarla al margen del sufrimiento que la persiguió toda su vida: la poliomielitis, que la dejó lisiada ya de niña; el accidente del autobús y el tranvía, que le fracturó la columna y la pelvis y cuyas secuelas malograrían sus futuros embarazos; las numerosas operaciones quirúrgicas a las que debió someterse; los corsés que tuvo que llevar hasta estando postrada en la cama… y una atormentada relación sentimental con el muralista mexicano, un infiel, quizá no desleal, Diego Rivera. Su doloroso divorcio inspiró el doble autorretrato Las dos Fridas, que alberga el Museo de Arte Moderno de Ciudad de México. En el cuadro, unas tijeras han cortado la arteria que une a las dos mujeres, las dos naturalezas -mexicana y europea- de la pintora, salpicando de sangre el blanco de su vestido. Heridas emocionales de una vida de película que Salma Hayek y Alfred Molina interpretan con más glamour que rigor biográfico.
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