Cañadas del Teide (Tenerife).
Foto: Carmen del Puerto.
Tarifa (Cádiz).
Foto: Carmen del Puerto.
Betancuria (Fuerteventura).
Foto: Carmen del Puerto.
En la escuela aprendimos aquello de los
reinos animal, vegetal y mineral en que se dividía la Naturaleza con mayúscula,
antes de que la Biología se complicara. La materia viva se diferenciaba de la
inerte, la orgánica de la inorgánica, la natural creada por Dios de la
artificial creada por el Hombre. Había pocas opciones que rompieran ese
esquema, propio de la Enciclopedia Álvarez de la posguerra española. También estudiamos
que “la materia ni se crea ni se destruye, sólo se transforma”, ley postulada en
el siglo XVIII por el químico francés Antoine-Laurent de Lavoisier antes de ser
guillotinado. Nadie discutía este principio, hasta que llegaron las
matizaciones del físico alemán Albert Einstein, para quien masa y energía
pasaron a ser equivalentes. Es más, ni el átomo era indivisible, en contra de
su etimología, ni los cielos inmutables, como demostrara el astrónomo danés
Tycho Brahe al observar la supernova que lleva su nombre en la constelación de
Casiopea. Los paradigmas científicos cambian, como puede hacerlo, no sin
dificultades, la realidad más despiadada. Hoy la vida se abre paso entre las
piedras, como las flores de mi blog. No importan los obstáculos que haya en el
camino. Si ellas pueden, nosotros también.
Buen texto, hermosas fotos!
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