Pintura mural de un hipopótamo en Port-Gentil (Gabón).
Foto: Carmen del Puerto.
Hipopótamos en el río Ogooué (Gabón).
Fotos: Carmen del Puerto.
Podrían haber inspirado el cuento de
Caperucita. Si bien orejas, ojos y orificios nasales, que usan como periscopios
cuando están sumergidos, no nos asustarían en principio, sí lo harían sus
mandíbulas, que pueden abrirse un ángulo de 150 grados, y sus afilados dientes
caninos. En Gabón, estos mamíferos anfibios se bañan en familia en el río
Ogooué, atentos a la molesta osadía de los humanos que pasan rozándoles con sus
barcas. Pero los hipopótamos también se acercan a las playas ecuatoriales del
Océano Atlántico para refrescarse en agua salada y jugar con las olas del mar.
Si te los encuentras en la orilla, debes prever que estos animales, de patas
cortas y varias toneladas de peso, son capaces de alcanzar hasta 50 km/h, por
encima del promedio humano (45 km/h). Tu única oportunidad es ser un atleta
olímpico plusmarquista y correr más que ellos en los primeros 100 m. Si
lo consigues, habrás evitado morir en sus fauces. Al cabo de unos minutos, los hipopótamos
acusan su inherente obesidad y abandonan la carrera.
Restos del cráneo de un hipopótamo en la isla de Evaro, en la región
de los Lagos próxima a Lambaréné (Gabón).
Foto: Carmen del Puerto.
Hasta su cráneo impone. Por algo, los
hipopótamos forman parte de la megafauna africana, junto a elefantes y
rinocerontes. El miedo ante su presencia, cuando sólo te protege una frágil
embarcación, te hace olvidar la coreografía con cocodrilos de la coqueta bailarina
hipopótamo que interpretaba “La danza de las horas”, de Ponchielli, en la maravillosa
Fantasía de Walt Disney. Tampoco viene
a tu memoria el famoso hipo aullido huracanado del entrañable Pepe Pótamo, vestido
de explorador con salacot y acompañado de Soso, su fiel amigo chimpancé, en su
globo mágico.
Hipopótamos en el Parque Nacional de la Bénoué (Camerún).
Fotos: Carmen del Puerto.
“Caballos de río” para los griegos, “búfalos
de agua” para los árabes y, cuando aún estaban presentes en el Nilo, “cerdos de
río” para los egipcios. Estos últimos distinguieron claramente entre machos, representación
del mal, y hembras, símbolos de fertilidad y maternidad tras observar cómo las
hipopótamas defendían ferozmente a sus crías. A pesar de su apariencia, no son
parientes de los cerdos, sino de las ballenas y otros cetáceos, con un ancestro
común hace 60 millones de años. Y aunque son herbívoros, se comportan agresivamente,
despedazan animales y devoran hombres. La justificación: instinto de
supervivencia. Ahora que protegemos a los elefantes, los cazadores furtivos han
desviado su atención hacia los colmillos nada despreciables de los hipopótamos,
ya en la lista de especies amenazadas.
Fantasía, de Walt Disney: “La danza de las horas”, de La Gioconda (Amilcare Ponchielli):
Pepe Pótamo, de Hanna
Barbera. “Aventura con Cleopatra”:
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