Olla convertida en maceta en los jardines de una misión católica en
Lambaréné (Gabón).
Foto: Carmen del Puerto.
Foto: Carmen del Puerto.
A veces, en la dureza de aquella nuestra segunda jornada de viaje, me
complacía en saberme probablemente la única mujer blanca que hacía un periplo
guiada por gentes de una tribu temida, los antropófagos fang, y sin que ningún
soldado negro enrolado en las tropas francesas la llevara en brazos, ni en un
coche de caballos, ni en silla, ni en fin, como de costumbre se conducen tantos
europeos que arriban a África y son incapaces de dar dos pasos seguidos por
algún lugar que no haya sido pavimentado. Reconozco, sí, y perdóneseme la
petulancia, que me sentía muy contenta y orgullosa de mí misma*. Pero quien cuenta tan atrevida experiencia en el siglo XIX no soy yo,
sino la exploradora inglesa Mary Kingsley, que convivió con aquellos caníbales.
Claro que antes tuvo que abatir de un tiro a un elefante, no por simple
entretenimiento, como aún acostumbran algunos, sino para que los fang la respetaran y
no se la merendaran, como hacían con sus enemigos.
Hoy, los fang son una etnia bantú que
habita en el sur de Camerún, Gabón y Guinea Ecuatorial. Y no creo que lleven una
tibia adornando su cabello ni que se coman al explorador blanco en la olla
colectiva de la aldea, aunque esta representación de la antropofagia nos
persiga como un fantasma en nuestro subconsciente colectivo.
*MARY KINGSLEY. Viajes por el África occidental. Valdemar. Madrid, 2001. p. 177.
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