Estatua de Séneca en Córdoba, situada junto a la
Puerta de Almodóvar.
Foto: Carmen del Puerto.
Me llamo Lucio Anneo
Séneca, hijo de Marco Anneo Séneca el Retórico, y soy motivo de orgullo en Córdoba,
aun no habiéndose comprobado que naciera en esta tierra, capital romana de la
provincia Bética. Fui un filósofo moralista, severo y estoico, si bien muchos
me consideraron hipócrata, adúltero y corrupto. Sentenciado por Calígula y
desterrado por Claudio, también ejercí el poder detrás del solio imperial romano
hasta que Nerón, mi pupilo, se volvió un cruel psicópata, enfermizo megalómano.
Tuve que justificar ante el Senado el asesinato de Agripina, su madre y mi gran
valedora, que siguió la suerte de otros, como Británico y Octavia.
Me suicidé, sí, “en la adversidad conviene muchas veces tomar
un camino atrevido”. Pero Nerón ya me había condenado a muerte por supuesta
conjura invitándome a que me suicidara, fin moralmente más digno. Primero me
abrí las venas, cortándome brazos y piernas. Como no fue suficiente, me bebí la
cicuta que me proporcionó mi médico personal. Pero la muerte se me resistía,
hasta que, acordándome de mi asma, conseguí asfixiarme con el vapor de un baño
caliente.
Dije aquello de que “la recompensa de una buena acción es haberla
hecho” y de que “pobre no es el que
tiene poco, sino el que mucho desea”. He escrito sobre la ira, la
providencia y la brevedad de la vida. También sobre la naturaleza, regida por
la razón y alejada de supersticiones. Y desde la Consolación a Helvia, mi madre ausente, hasta la sátira que compuse
para el divino Claudio. Ya en el siglo I de nuestra era defendí la igualdad
entre los hombres y censuré la esclavitud. Hoy te miro desde lo alto de este
pedestal, de pie, togado y portando un rollo de papiro en la mano con las últimas
becas del Ministerio.
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