Atardecer en el Fish
River Canyon (Namibia).
Foto: Carmen del Puerto.
No es una explosión
de una bomba atómica, aunque el núcleo del Sol es una central nuclear de fusión
(que transforma hidrógeno en helio) capaz de proporcionar 386 trillones de
megavatios. Por algo esta inmensa esfera de gas ionizado es la fuente
energética primordial en el Sistema Solar. La potencia de la terrible “Bomba
del Zar”, lanzada en 1961 sobre Nueva Zembla (en el ártico ruso), con sus 57
megatones (2.500 veces más potente que las de Hiroshima y Nagasaki), fue del
1,38% la potencia total irradiada por el Sol.
Pero el astro rey no es
homogéneo, sino que presenta distintas capas con sus correspondientes temperaturas:
el núcleo, las zonas radiativa y convectiva, la fotosfera, la cromosfera y la
corona, estas últimas visibles sólo en eclipses. Se estima que el núcleo del
Sol está a 15 millones de grados. La fotosfera, la capa que vemos, a 6.000
grados, y en ella observamos manchas (zonas más frías, a 4.000 grados),
granulación y fáculas. La cromosfera, a 30.000 grados, y aquí aparecen
filamentos y protuberancias. Por su parte, la corona, que debería ser más fría, alcanza 1
millón de grados. Debido en parte a esta alta temperatura, una corriente de
partículas cargadas escapan de la gravedad del Sol –el llamado “viento solar”-,
con notables efectos sobre la Tierra, como las auroras boreales.
Afortunadamente,
el Sol, la estrella más cercana, sin la que no habría vida en nuestro planeta
y, por tanto, el objeto astronómico más importante para la Humanidad, se
encuentra en estado estacionario, en la llamada “Secuencia Principal”, como lo
están el 80% de las estrellas de nuestra galaxia. Tiene una edad de unos 4.500
millones de años y le quedan otros tantos, así que no debemos preocuparnos de
momento. Podremos seguir contemplando atardeceres o “explosiones nucleares” como
las de la foto.
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