Plantas de aloe
gariepensis en el Fish River Canyon
(Namibia).
Fotos: Carmen del Puerto.
Miedo psicológico de
verdad, el que me produjo la escena final de La invasión de los ladrones de cuerpos (Don Siegel, 1956) la
primera vez que vi esta turbadora película. Aun hoy me inquieta la idea de que no
puedas dejarte dormir para evitar que unas temibles vainas extraterrestres usurpen
tu cuerpo durante el sueño, vaciándote de sentimientos y personalidad, borrándote
incluso las huellas dactilares. Este filme de serie B, en blanco y negro, todo
un clásico del que se han hecho varios remakes,
combinaba hábilmente terror y ciencia ficción. Pero, a su vez, retrataba la
psicosis colectiva de una sociedad –la estadounidense- en la que la
desconfianza sembrada hacía ver enemigos por todas partes. La paranoia
anticomunista de los años cincuenta, la caza de brujas, la amenaza nuclear, la
Guerra Fría...
No sé por qué las
fotos de esta entrada me han recordado aquella angustiosa película. Quizá
porque las plantas de aloe gariepensis
que crecen en el árido Cañón del Río Fish me resultan sospechosas. Exhiben un
color rojizo que advierte de su peligrosidad, van armadas de espinosos tentáculos,
brotan inexplicablemente entre las piedras… Me pregunto si no habrán surgido de
esporas procedentes del espacio y serán de nuevo malvados alienígenas intentando
replicarse para hacerse con el planeta Tierra. No me dormiré, por si acaso.
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