Cabeza de El escriba sentado. Museo del Louvre (París).
Foto: Carmen del Puerto.
¿Por qué me mira tan fijamente? ¿Tendremos algo en común? Quizá nos conocimos en otra vida, hace 4.000 o 5.000 años, en el Antiguo Egipto. Pero no, lo recordaría. Si bien es cierto que no es la primera vez que nos cruzamos las miradas. “Perdone que no me levante”, se excusa. “Llevo en esta postura tanto tiempo, que se me han dormido las piernas”. “Por mí no se preocupe”, le tranquilizo. “La que visito el Museo soy yo”. Y con una osadía que me traiciona, descargo: “Usted era un alto funcionario del lmperio, ¿verdad? Seguro que tenía un buen sueldo y le valoraban socialmente. Hoy, trabajando en la Administración, le recortarían la nómina. Ya sabe, la crisis. Y dudo de que algún medio de comunicación le contratara como periodista, por muy buen currículum que tuvieran los escribas egipcios. Y en esa faceta –concedo-, sí nos parecemos: nos gusta escribir, contamos historias, aunque usted con un cálamo sobre un papiro y yo con un teclado sobre una pantalla de ordenador. Realmente no es tanta la diferencia y los dos hacemos uso de la retórica”. “Yo me siento muy orgulloso de mi oficio”, me dice con sus ojos de cristal, córneas de alabastro, iris de basalto y pupilas de plata.
Interesante reflexión En el fondo las preocupaciones y ls problemas de la humanidad, son siempre básicamnete las misas. No deja de tranquilizar. Gracias Carmen...
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