Islote de Boúrtzi, en Nauplia (Peloponeso, Grecia).
Foto: Carmen del Puerto.
Grecia, siempre en mi memoria. Hoy, ilustrando la
entrada número 300 del bazar de la Retórica, una ciudad con encanto, de
elegancia decadente: la villa de Nauplia, cerca de Epidauro, en el Peloponeso
oriental. Fue la primera capital del país, en el siglo XIX, cuando los griegos
se liberaron de los turcos. Allí murió, en 1831, el primer presidente de esa Primera
República Helénica, el conde Ioannis Kapodistrias, asesinado por sus rivales
políticos.
Nauplia, el orgullo de la Grecia independiente, de mansiones
con aromas venecianos y neoclásicos, presume de su estratégico puerto, su
refinado casco antiguo, sus floridos balcones y sus recintos fortificados.
Uno de ellos, el castillo que flota sobre
las aguas del golfo de la Argólida, en el mar Egeo. Los cañones del islote de Boúrtzi
protegían de piratas el único paso navegable de la bahía, que se podía cerrar
extendiendo una cadena desde la fortaleza a la ciudad.
El nombre de esta bella localidad de la costa
griega, donde se bañaba la diosa Hera para renovar su virginidad, deriva de
Nauplio, hijo de Poseidón y de la danaide Aminonte. Por sus genéticas dotes de
navegante, Nauplio formó parte de la mítica expedición de los Argonautas, pero
también se le conoce por ser padre del ingenioso Palamedes, un héroe de infortunado
destino.
La venganza
del Argonauta
El rey de Ítaca, héroe legendario, protagonista de
la Ilíada y personaje central de la Odisea -esposo de Penélope y padre de
Telémaco, para más información-, era un cobarde, un envidioso y un embustero. Ulises fingió estar loco
sembrando campos de sal cuando fueron a reclutarle para la guerra de Troya que repararía el ultraje del
rapto de Helena. Pero
Palamedes, de gran sabiduría, puso en evidencia la falsedad de su artimaña colocando ante el arado al hijo recién nacido de aquél. Su reacción demostraría su cordura. El taimado Ulises nunca le perdonó la
afrenta. Así
que urdió un plan para culpar a Palamedes de haber sido comprado con oro
por los troyanos y de traicionar a los suyos, haciendo aparecer una
comprometida carta falsificada en su tienda. Como resultado de esa trampa, fue condenado a morir
lapidado en una playa troyana a manos de todo el ejército griego, a quien él tanto
había aportado, desde la escritura para una contabilidad más equitativa de los
alimentos hasta el juego de los dados para matar el aburrimiento cuando no batallaban. El nieto de Neptuno exclamó antes de morir: “¡Oh, Verdad, tu
destino me apena! Has muerto antes que yo”.
Entonces, Nauplio el Argonauta decidió vengar a su hijo muerto
haciendo naufragar a muchos héroes aqueos que regresaban triunfantes de la
guerra. Durante una tempestad, encendió una hoguera en el cabo Cafereo de
Eubea, de peligrosos arrecifes, al que acudieron los griegos creyendo que se
trataba de un puerto seguro. Pero su venganza fue más allá. Aprovechando la
ausencia de sus respectivos hogares, extendió la noticia de que los héroes
regresaban de Troya con sus concubinas, lo que incitó a sus mujeres al adulterio.
Clitemnestra, por ejemplo, traicionó a Agamenón con Egisto. Sólo
Penélope se mantuvo fiel, como nos cuenta Homero. Después, los dioses castigaron a
Nauplio, aunque quizá él mismo se dio muerte cuando supo que Ulises se había salvado.
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