Varios famosos graffiti en una columna del Templo de
Poseidón en el Cabo Sunion, al sureste de Atenas (Grecia).
Foto: Carmen del Puerto.
Me había dejado un mensaje en aquella columna del
templo de Poseidón en el Cabo Sunion, ignorando que otros harían lo mismo,
aunque no con su esmerada caligrafía. Era tan romántico, que no valoró las
consecuencias de su sacrilegio: mármoles heridos por su falta de respeto y por
tantos viajeros que, como él, inmortalizaron su propio nombre en aquellos
impresionantes restos arqueológicos. Por tanto, yo no sabía si amaba al
gamberro del graffiti, que se redimió dedicándole unos versos a las islas
griegas, al poeta errante de apasionada rima, al libertino, incestuoso y
sodomita, o al revolucionario, que defendía causas en cualquier parte del
mundo: a los españoles durante la invasión napoleónica, a los pueblos
americanos en su emancipación de la metrópoli o a los griegos liberándose del
yugo otomano. Lord Byron era mucho más que un nombre grabado en piedra.
POEMA DE LORD BYRON
Fragmento de “Las
islas de Grecia” (1821) en Don Juan.
Canto III, LXXXVI, 16
“Place me on Sunium’s marbled steep,
Where nothing save the waves and I
May hear our mutual murmurs sweep;
There, swan-like, let
me sing and die.”
“Llevadme ante el
marmóreo farallón de Sunión,
donde nadie salvo yo
mismo y las olas
pueden oír nuestros
murmullos mutuos;
allí, como un cisne,
dejadme cantar y morir”.)
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