Vistas
parciales de la maqueta del yacimiento de Pompeya (escala: 1:100),
del Museo Arqueológico Nacional de Nápoles (Italia).
del Museo Arqueológico Nacional de Nápoles (Italia).
Fotos:
Carmen del Puerto.
¡Cuánto se sabe de la antigüedad
gracias a la conservación dramática de esta urbe romana cubierta por seis
metros de ceniza! Una ciudad paralizada por la erupción que la sepultó en una
sola noche, la del 24 de agosto del año 79 de nuestra era, como le sucedió
también a Herculano y a Estabia. Era lo que tenía vivir bajo el volcán… Previamente,
en el año 62, la activa Pompeya había sufrido un terremoto que asoló parte de
la ciudad, y aún estaba reconstruyéndose cuando el Vesubio se despertó con
violencia tras varias centurias de sueño profundo.
Si bien en el siglo II Pompeya
empezó a recuperarse con timidez, nuevas erupciones del volcán e incursiones
sarracenas hicieron que en el siglo IX fuera definitivamente abandonada y
borrada de la memoria. Y ello a pesar de las cartas que el escritor latino Plinio
el Joven dirigió al historiador Tácito relatando los pormenores de la muerte de
su tío, el célebre naturalista Plinio el Viejo, fallecido en la catástrofe.
En el siglo XVI, el arquitecto italiano
Domenico Fontana descubrió accidentalmente algunos vestigios de la ciudad cuando
construía un canal para conducir el agua del río Sarno. Pero le ordenaron que
los ignorara y que prosiguiera con su misión. De ahí que las excavaciones no
comenzaran realmente hasta 1748, con el entonces rey de Nápoles, nuestro déspota ilustrado
Carlos III, quien encargó los trabajos de sondeo al ingeniero militar español Roque
Joaquín de Alcubierre, también descubridor de Herculano.
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