Uno de los moldes de yeso de las víctimas de la
erupción del Vesubio en el yacimiento arqueológico de Pompeya.
Foto: Carmen del Puerto.
“Se encontraba en Miseno
al mando de la flota. El 24 de agosto, como a la séptima hora, mi madre le hace
notar que ha aparecido en el cielo una nube extraña por su aspecto y tamaño. Él
había tomado su acostumbrado baño de sol, había tomado luego un baño de agua
fría, había comido algo tumbado y en aquellos momentos estaba estudiando; pide
el calzado, sube a un lugar desde el que podía contemplarse mejor aquel
prodigio. La nube surgía sin que los que miraban desde lejos no pudieran
averiguar con seguridad de qué monte (luego se supo que había sido el Vesubio),
mostrando un aspecto y una forma que recordaba más a un pino que a ningún otro
árbol. Pues tras alzarse a gran altura como si fuese el tronco de un árbol
larguísimo, se abría como en ramas; yo imagino que esto era porque había sido
lanzada hacia arriba por la primera erupción; luego, cuando la fuerza de ésta
había decaído, debilitada o incluso vencida por su propio peso se disipaba a lo
ancho, a veces de un color blanco, otras sucio y manchado a causa de la tierra
o cenizas que transportaba. A mi tío, como hombre sabio que era, le pareció que
se trataba de un fenómeno importante y que merecía ser contemplado desde más
cerca."
"Mi tío decidió bajar
hasta la playa y ver sobre el lugar si era posible una salida por mar, pero
éste permanecía todavía violento y peligroso. Allí, recostándose sobre un
lienzo extendido sobre el terreno, mi tío pidió repetidamente agua fría para
beber. Luego, las llamas y el olor del azufre, anuncio de que el fuego se
aproximaba, ponen en fuga a sus compañeros, a él en cambio le animan a seguir.
Apoyándose en dos jóvenes esclavos pudo ponerse en pie, pero al punto se
desplomó, porque, como yo supongo, la densa humareda le impidió respirar y le
cerró la laringe, que tenía de nacimiento delicada y estrecha y que con
frecuencia se inflamaba. Cuando volvió el día (que era el tercero a contar
desde el último que él había visto), su cuerpo fue encontrado intacto, en
perfecto estado y cubierto con la vestimenta que llevaba: el aspecto de su
cuerpo más parecía el de una persona descansando que el de un difunto."
(Párrafos extraídos de las
cartas que el escritor latino Plinio el Joven dirigió al historiador Tácito
relatando los pormenores de la muerte de su tío, el célebre naturalista Plinio
el Viejo, fallecido en la catástrofe.
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