El rapto de
Europa (s. I a.e.). Fresco pompeyano conservado en el Museo Arqueológico
Nacional de Nápoles (Italia).
Foto: Carmen del Puerto.
¡A cuántos pintores
habrá inspirado este mito griego sobre la bella princesa fenicia que fue
seducida por un toro y que terminó dando nombre a un continente! Tiziano, Veronés,
Rembrandt, Rubens, Picasso, Botero… Todos ellos sabían que el noble toro no era
exactamente un bóvido cornudo, sino el propio dios Zeus, soberbio e infiel por
naturaleza, a quien le gustaba transmutarse en animales para conquistar y
poseer sexualmente a las mujeres de otros. Así que los cuernos no solían ser
los suyos. En el fresco pompeyano, Europa está subida sobre el manso toro,
rodeada de sus doncellas, en una dehesa cerca del mar, momentos antes de que la
bestia huya con la princesa en sus lomos nadando hasta Creta. Allí –cuentan-, el
dios del Olimpo, ya con forma humana, consumó el acto, satisfaciendo así sus
libidinosos deseos bajo la frondosa sombra de una platanera. Como resultado de
tan famosa metamorfosis, engendró tres hijos -Minos, Radamantis y Sarpedón- con
sus correspondientes mitos. El padre de Europa, Agénor, rey de Tiro, buscó a su
hija por multitud de pueblos, gritando su nombre en todos ellos, hasta el punto
de que las tierras que recorrió son ahora los dominios de Angela Merkel.
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