domingo, 6 de mayo de 2012

¿Por qué fueron “malas madres”?


 Medea (1868), de Henri Klagmann, en el Museo de Bellas Artes de Nancy (Francia).

No todas las madres son buenas. Las hay malas malísimas, y no me refiero a la madrastra de Blancanieves. Eurípides de Salamina nos ofreció un claro ejemplo. Medea es, quizá, el personaje femenino con mayor personalidad y sabiduría de la tragedia griega. Expresa el odio que la mujer despechada concibe contra su marido y nos hace reflexionar sobre la condición de la mujer, sometida al hombre, en la Grecia Antigua. Pero su venganza de Jasón, el héroe del Vellocino de Oro, que la abandona por otra mujer, traspasó los límites de lo admisible. Medea dio muerte a sus propios hijos, a pesar del amor que sentía por ellos.

Emma Bovary, de reconocida fama gracias a la creativa sensibilidad del novelista francés Gustave Flaubert, era una mujer casada insatisfecha que perseguía desesperadamente un ideal de amor y reivindicaba su derecho al placer. A los ojos del mundo, no era una buena madre, desilusionada por no haber tenido un varón, sino una niña –Berta-, que siempre estaría discriminada por la sociedad, como correspondía a las mujeres de la época, y que ya era huérfana antes de que su madre se suicidara.

Con ella llegó el escándalo a los escenarios nórdicos en las postrimerías del siglo XIX. Nora Helmer tenía claro que como mujer debía ser una abnegada esposa y madre. Y a ello se aplicó hasta que un día descubrió que simplemente era un juguete más en aquella “Casa de muñecas” donde vivía y que tenía a un cretino por marido al que ya no amaba. No sólo abandonó a Torvaldo, también a su prole con un argumento demoledor, hoy bandera del feminismo: una mujer no puede educar bien a sus hijos si antes no se educa a sí misma. El dramaturgo noruego Henrik Ibsen se atrevió a escribir esta historia con un final que para muchos dinamitaba los cimientos de la familia, aunque por eso mismo tuvo que cambiar el desenlace cuando la obra se estrenó en Alemania.

Hasta aquí, madres asesinas, lujuriosas y egoístas… Así fueron tildadas estas mujeres de la ficción, muy diferentes de otras madres autoritarias y opresoras, como la Bernarda Alba de la España profunda que nos regaló Federico García Lorca. Pero no todas las “malas madres” pertenecen al género literario, a su vez espejo de la realidad. Como no todas tuvieron los mismos motivos para alejarse del estereotipo, un arquetipo que encarna la esencia atribuida a la maternidad idealizada como pilar de la identidad femenina, un constructo social que perpetúa los roles de género. Tampoco todas fueron “malas” en el mismo grado. Pero somos tan maniqueos… Si entre los dos extremos no hay puntos intermedios, yo, como madre, no sabría dónde ubicarme.

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