Maternidad
(1928). Tamara de Lempicka. Colección privada.
La pintora polaca Tamara
de Lempicka murió en Cuernavaca (México) en 1980 y sus cenizas fueron arrojadas
por su hija Kizette desde un helicóptero al cráter del volcán Popocatépetl. Pero
antes de morir nos dejó su leyenda de indomable, su personal estética admirada por
Barbra Streisand, Jack Nicholson y Madonna y sus numerosos retratos femeninos junto
a desnudos de ambos sexos. Dicen que fue coqueta y embustera durante toda su
vida, que se inventaba, que realmente nació en Moscú en 1895, y no en Varsovia
en 1902, y que se casó dos veces, primero con un abogado polaco y después con
un barón húngaro, aunque no ocultaba su orientación bisexual y coleccionaba
amantes, entre ellos D’Annunzio, el poeta de Mussolini y adicto a la
cocaína como ella.
Tamara huyó de la
Revolución bolchevique, de la Segunda Guerra Mundial y de la Posguerra en
Europa. Vivió en San Petersburgo, Copenhague, París, Italia, Zurich, La Habana,
Estados Unidos y México. Era capaz de pintar las mujeres más etéreas, sofisticadas,
eróticas, de labios muy rojos, con largas y refinadas manos. Reinas de
las noches del período de entreguerras, los locos y trasgresores años veinte,
símbolos de la más decadente modernidad. Como reflejó su autorretrato Tamara en Bugatti verde, un guiño
nostálgico a la trágica muerte en 1927 de la bailarina Isadora Duncan,
estrangulada al enredarse su chalina en una rueda de su automóvil.
Quizá esta pintora no fue una buena madre
corriéndose juergas nocturnas y participando en orgías desenfrenadas, tras
dejar acostada a su hija. Pero sí fue capaz de hacer bellos retratos de
su pequeña Kizette y de pintar el cuadro que ilustra esta entrada de mi blog,
una maternidad art decó que destila ternura, elegancia y abstracción del mundo
exterior.
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