domingo, 6 de mayo de 2012

El misterioso vientre abultado de Giovanna Arnolfini


 
El retrato de Giovanni? Arnolfini y su esposa, El matrimonio Arnolfini, Las Bodas Arnolfini o Compromiso de los Arnolfini (1434), de Jan van Eyck.
Óleo a pincel sobre una tabla de roble de 82,2 x 60 cm. The National Gallery de Londres.

El flamenco Jan van Eyck, que pintó al óleo como nadie, sabía que yo tendría que comentar este cuadro y me lo puso difícil. Para empezar, se manejan diferentes títulos del mismo según interpretemos consumado o no el sacramento del matrimonio o bien a punto de celebrarse en la cámara nupcial el compromiso previo o la boda en sí de los personajes. Por la misma razón, la causa de la anatomía de la mujer podría no ser lo que parece.

Históricamente se ha considerado que se trata de los esponsales entre Giovanni Arnolfini, rico mercader de sedas italiano instalado en Flandes, y su prometida, Giovanna Cenami, hija de otro mercader residente en París. De ahí la interpretación que se ha dado a todos los elementos que componen cromáticamente la imagen, muy abundantes y simbólicos, quizá de marcado carácter religioso: vestimenta lujosa, como la túnica sin mangas de terciopelo púrpura ribeteada de marta cibelina que luce él o la toca de lino y el amplio ropón verde forrado y ribeteado de armiño que viste ella; joyas y brocados dorados; chanclas y zuecos dispersos sobre un suelo de madera; una ventana a la izquierda; el pequeño grifón terrier a los pies; las naranjas que aparecen sobre el alféizar de la ventana; una alfombra de Anatolia; el dosel de una cama en tonos rojos; una lámpara de araña que cuelga del techo; un espejo convexo de cristal, no de metal pulido, en el que se refleja todo el contenido de la habitación y en el que se ven dos personajes, situados frente a la pareja contemplando la escena; unos rosarios de cuentas transparentes; y, sobre el marco del espejo, donde se muestran 10 de las 14 estaciones del Vía Crucis (las paradas del camino de Cristo hasta su muerte en el Gólgota), una inscripción en latín, en caracteres góticos, con el controvertido texto: "Johannes de Eyck fuit hic, 1434" (Jan van Eyck estuvo aquí, 1434), quizá como pintor y testigo al mismo tiempo.

La mujer flamenca, recatada y joven, mira abstraídamente, colocando su mano derecha sobre la izquierda del hombre con más obediencia que ternura, dicen los expertos. El hombre coge, en su mano izquierda, la mano de la mujer, al tiempo que con la derecha realiza un gesto de aceptación. Según los críticos Rose-Marie y Rainer Hagen, en Los secretos de las obras de arte, la supuesta novia se casa con un suntuoso ropaje festivo (el vestido blanco es una costumbre del siglo XIX) y un gran tocado sobre una frente rapada, como era corriente en la época. Y advierten: “Pese a lo que cabe pensar con respecto a su físico, el vientre abultado no alude necesariamente a un posible embarazo, sino que representa más bien el ideal de belleza de la época del gótico tardío, al que también corresponden los pechos pequeños sujetos muy arriba. Igualmente, la gran cantidad de tela usada en la confección del vestido estaba de moda: era el estilo representativo propio del reino borgoñón, aunque no sólo de éste.” El historiador del Arte Erwin Panofsky también sostuvo en un ensayo de 1934 que la imagen corresponde al matrimonio de ambos, celebrado en secreto y atestiguado por el pintor. Este autor explicaba que, según el derecho canónigo, se contraía matrimonio tomando un juramento (fides) con dos acciones: la de juntar las manos (fides manualis) y, por parte del novio, la de levantar su antebrazo (fides levata), sin que fuera necesario la presencia de un sacerdote, que no se impondría hasta el Concilio de Trento. Sin embargo, para José van der Elst, en El último florecimiento de la Edad Media, sí podría tratarse de una mujer embarazada si se tiene en cuenta la presencia en la escena de una figura de Santa Margarita, santa reverenciada como protectora de las mujeres parturientas. En este caso, más le valdría que ya estuviera casada en aquellos tiempos. Pero la mayoría de los autores insisten en que el abombamiento de vientre y caderas responde a una deformación estética deliberada provocada por un corpiño muy ajustado.

El pintor de los duques de Borgoña también caracterizó como nadie un mundo urbano donde abundaba el dinero y el afán de ostentación. Un ambiente que propiciaba los encargos artísticos por parte de una burguesía floreciente, como la de Brujas, fuera del ámbito de la iglesia y de la aristocracia. En los retratos individuales que Van Eyck unió en una sola escena se representan los valores de esa sociedad, carácter para el hombre y sumisión y dulzura para la mujer.

El periplo de este cuadro emblemático de la pintura flamenca también es digno de contarse. Como tantos otros en la historia del Arte, la pintura llegó a estar en manos españolas hasta que fue robada por un general de Napoleón y luego, tras la batalla de Waterloo, por un general inglés que en 1842 lo vendió a la National Gallery de Londres por 730 libras. Vicisitudes que describe Juan Antonio Gaya Nuño en un volumen en el que reconstruye “la deplorable historia del desamor con que España, en tiempos que suponemos ya cancelados, se desentendió de ilustres piezas de arte propias y extrañas, del que debiera haber sido intocable patrimonio nacional”, como el editor destaca en la cubierta del libro Pintura Europea Perdida por España. De Van Eyck a Tiépolo.

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