Barco de pesca industrial encallado al norte de
Swakopmund, en la costa de Namibia.
Fotos: Carmen del Puerto.
Primero vimos a las ratas de la bodega lanzarse al
mar. Todos sabíamos de su instinto animal ante el riesgo de un naufragio y
dimos por seguro que embarrancaríamos. La Costa de los Esqueletos no se llamaba
así por capricho del geógrafo. Una corriente oceánica fría entre peligrosas
rocas generaba densas nieblas en el litoral, trampa mortal para marinos y pescadores.
Con dificultad alcanzamos la playa -doblemente desértica- y espantados nos
fuimos alejando de paisaje tan desolador. Allí quedó una fantasmal embarcación
encallada con sus secretos, sometida a un fuerte oleaje que no le permitiría el
retorno a mar abierto, pero que la haría sumamente inestable. Nunca supimos si
el capitán abandonó el barco antes que nosotros, pero todos deseamos que aquel
obstinado oficial que tanto nos había explotado asumiera sus responsabilidades.
Perfectamente sabía que a esa costa no debió acercarse.
Cualquier parecido con la realidad no es pura
coincidencia.
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